La mujer levantó la mano para detener un taxi en una calle del Eixample de Barcelona. Se montó en el vehículo y se echó a llorar en el asiento trasero. El conductor le preguntó qué ocurría. Ella, balbuceando, le explicó que acababa de ser violada por dos hombres. El taxista la llevó a una comisaría de los Mossos d’Esquadra y estos, a su vez, la derivaron al Hospital Clínic para ser atendida.

En el informe médico que se elaboró ese jueves, 19 de abril del 2018, se detalla que la joven, de 20 años, tenía moratones en el cuello y que se hallaron en su orina restos de cocaína y de anfetamina.

El problema era que ella aseguraba que no había tomado ninguna de esas dos drogas. Era lo único que no cuadraba --todavía-- en sus explicaciones, que tuvo que repetir ante los agentes, los médicos que la atendieron en el hospital y, por último, dos jueces de Barcelona. A todos, después de escuchar su relato, les pareció que la mujer era coherente. No así los dos supuestos agresores sexuales, que se encuentran en prisión preventiva desde el pasado 10 de mayo por riesgo de fuga y, sobre todo, para evitar que hagan con otra persona lo mismo que le hicieron a esta mujer.