Eran cerca de las 20.00 horas y la carnicería de Jesús y Mari aún estaba abierta. De repente, entraron en el negocio la víctima del último ataque machista en la provincia, Olga, y el vecino que la encontró en el ascensor. «Ella no podía hablar, llevaba la mano sobre el cuello. Yo hice lo que pude y le di papel para que se taponara la hemorragia», explicó a Mediterráneo la carnicera, todavía muy impactada.

Nadie en l’Alcora daba ayer crédito. Quienes conocían a víctima y agresor los definieron como personas «normales», «nada conflictivas». Entre la expareja no existían denuncias previas y los vecinos no podían imaginar un desenlace como el que ocurrió ayer y estremeció la localidad.

«No me lo hubiera imaginado en la vida. Ella es una persona encantadora y muy trabajadora. No me explico lo que ha podido pasar», apuntó Mari en conversaciones con este diario, instantes después de que la Guardia Civil tomara las calles adyacentes.

«Ella no podía decir nada, solo se taponaba la herida y fue su vecino quien me dijo que estaba escapando», recordó. A pesar de la gélida noche, residentes en la zona se congregaron frente a la finca de Miguel C.M. para comentar lo sucedido, mientras grupos de jóvenes ocupaban el parque infantil que hay frente al edificio.

«No hay derecho a hacerlo eso. Su madre será una santa, pero él es un monstruo. Debería haberse matado él, pero a ella dejarla en paz», gritaba una mujer con rabia, mientras otros lloraban amargamente frente al furgón fúnebre. Los investigadores trabajan en la hipótesis de una tentativa de homicidio, aunque la responsabilidad queda extinta al haber muerto el agresor.