Después de estar en Marina d’Or, Manolo volvió a su apartamento la madrugada del sábado al domingo sobre las 3.00 horas. Nada le podía hacer prever que en menos de una hora su vecino de abajo, «el del primer piso, con la ventana haciendo esquina en la calle», iba a quitarse la vida --tras hacer lo propio con la de su hijo y dejar muy grave a su hija-- para «sobresalto» de todo el resto de residentes.

Pero para averiguar que ese «golpe muy seco y repentino» que dejó en vilo al vecindario se debía a la caída mortal de un hombre aún tardó un poco. «En cuestión de minutos, se presentaron aquí en la calle un montón de coches: Policía Local, Guardia Civil, ambulancia... Fue un jaleo tremendo. Los que seguíamos despiertos estábamos mirándolo todo bien atentos», afirma. «No tenía mucho trato con él (con el homicida), pero todos decían que era buena gente», añade, mientras observaba desde su balcón cómo la calle por fin estaba despejada tras horas de mucho ajetreo.