China vuelve a fulminar la época imperial un siglo después de la revolución comunista. No ha sido Mao esta vez sino la censura, no han sido expulsados los emperadores de la Ciudad Prohibida sino de la parrilla televisiva. Las series de época que retratan la vida de palacio han sido prohibidas porque su menú de intrigas, lujuria y pompa atenta contra los severos valores comunistas. Según el editorial de un periódico chino, a los productores les interesaba más el éxito económico que vender «las virtudes de la frugalidad y el trabajo duro».