Los grandes escritores nunca han sido del todo alérgicos a la televisión y, en los últimos años, la prevalencia de las series ha llenado la ficción de grandes plumas. La reciente noticia del fichaje de Michael Chabon como showrunner de Star Trek: Picard es paradigmática de la vitalidad y reputación del sector televisivo, o por precisar, de la ficción audiovisual.

Si miramos hacia atrás, bastante atrás, ya el gran Rod Serling quiso quitarse algo del ingente trabajo de La dimensión desconocida pidiendo guiones a autores como Richard Matheson, Charles Beaumont o, en menor medida, Ray Bradbury. Otro maestro (no solo) del terror y la ciencia ficción, Harlan Ellison, algo más joven que los citados, escribió guiones para Star Trek y el primer revival de la serie de Serling.

CRIMEN // El caso del escritor criminal metido en televisión sería cada vez menos raro desde principios de este siglo, esencialmente gracias a la figura de David Simon. Este reportero metido a showrunner (o jefe de guiones) convenció a George Pelecanos para cambiar de medio y sumarse al equipo de la mítica The wire tras leer uno de sus libros, The sweet forever, tan solo uno entre los muchos sin publicar en España de este maestro de la ficción.

La familia fue creciendo: Pelecanos sugirió a Richard Price, el gran poeta del crimen, cuya labor como guionista se remonta a mediados de los 80, cuando escribió El color del dinero, de Martin Scorsese. Y tras él se incorporó Dennis Lehane, el autor de Mystic river y Shutter Island.

Según explicó Simon a The New York Times, los novelistas son los mejores guionistas posibles para la ficción serializada porque «saben ver el conjunto». Pelecanos le apoyó en la escritura del drama post-Katrina Treme y también en la creación de The Deuce, el drama sobre la transición de la prostitución a la pornografía en la Nueva York de los 70.

Pero el trasvase de talentos de la novela a la (ya no tan) pequeña pantalla vive su verdadero momento de explosión en estos momentos, cuando la ficción audiovisual serializada se ha desprendido definitivamente de su algo injusta mala imagen y los escritores han entendido sus posibilidades expresivas, por no decir sus beneficios económicos.

más prestigio // Ahora, incluso autores de los llamados literarios se prestan sin problemas a escribir series, a adaptar obras propias (Tom Perrotta en The leftovers y Mrs. Fletcher) o extender franquicias ajenas (Michael Chabon en Star Trek: Picard). Es una constatación más del establecimiento de la serie como fuente no solo de entretenimiento, sino de nutriente intelectual y espiritual.

Por otro lado, el dinero tampoco molesta. Según la web Deadline, El showrunner de una serie de Marvel para Netflix podía ganar entre 45.000 y 55.000 dólares por episodio producido. Cada temporada de estas series solía tener 13 episodios. Hagan cuentas. La cabeza empieza a hervir.