Si simplemente el hecho de crear una serie a partir de 'Watchmen', cuyas extensiones nunca ha bendecido su cocreador Alan Moore, ya es de por sí todo un atrevimiento, presentarte como 'remezclador' de ese texto sagrado del cómic quizá lo sea todavía más. La película de Zack Snyder del 2009 cayó víctima de su pétrea fidelidad a la fuente. El 'showrunner' Damon Lindelof, tras muchas insistencias por parte de Warner y HBO, accedió a explotar esta propiedad intelectual solo porque tenía permiso para darle un giro propio.

Y más que un giro, ha sido un salto al vacío, un juego sin fin. 'Watchmen' ha imaginado cómo sería, 34 años después, el mundo establecido por el tebeo, pero ha esquivado la mera continuación de la obra original para marcar un punto de partida anterior, buscar sus propias preocupaciones y no solo aportar nuevos personajes fascinantes, sino también dar nuevos caminos a algunos preexistentes.

La sensación de desestabilización, sorpresa y riesgo, tan extraña en la ficción audiovisual superheroica, llegó ya desde esos primeros minutos situados en la masacre de Tulsa de 1921 (Oklahoma). En el tebeo original latía como vertebra política el Armagedón nuclear. Aquí la amenaza iba a ser otra: el auge del supremacismo blanco, para el que Lindelof y guionistas reservarían gloriosas bofetadas en forma de una historia de origen reelaborada (recordemos 'Ese ser extraordinario') o masacre exprés de una épica antiépica (en este episodio de final de serie, en principio).

En el centro de la vorágine no podía haber un hombre blanco privilegiado, otro más, sino una mujer negra empoderada, Angela Abar (Regina King), agente de policía enmascarada que empieza buscando al asesino de su jefe y termina encontrando verdades asombrosas sobre su propia familia, la sociedad estadounidense y la cultura pop. Pero ella no es, en realidad, la única que cuenta. Ha habido grandes episodios más centrados en su paranoico aliado Looking Glass ('Poco miedo a los rayos', retrato de personaje en la línea del 'Expedición' de 'Perdidos' y el 'Dos barcos y un helicóptero' de 'The leftovers') o esa Laurie Blake (Jean Smart) convertida en deliciosamente prosaico centro moral de la serie: nunca olvidaremos sus chistes dirigidos a Marte en 'La mató la basura espacial'.

SATISFACCIÓN A TODOS LOS NIVELES

Lindelof tiene fama de hacer muchas preguntas y no contestarlas; de apilar los enigmas sin dar respuestas satisfactorias. No entraremos ahora a explicar, aunque estaría bien, por qué hacer buenas preguntas es más interesante que dar respuestas definitivas. Además, en 'Watchmen' se han atado muchos cabos, quizá porque el remezclador parece decidido a buscarse un trabajo menos estresante. Hemos sabido toda la verdad sobre los planes de Lady Trieu (Hong Chau) y Adrian Veidt (Jeremy Irons), aunque ciertas revelaciones finales, todo sea dicho, difícilmente compensan los instantes de anticlímax que nos ha brindado la soledad de Veidt en esa luna de Júpiter.

'Watchmen' se podía ver como serie-puzle, pero igual que 'Perdidos', ha sido también una serie de personajes y de emociones muy reconocibles, aunque pudieran llegar encarnadas en un dios azul. El episodio 'Un dios entra en un bar' es digno heredero de 'La constante', de 'Perdidos', por entrelazar con la misma inteligencia los conceptos temporales y filosóficos con el misterio del amor. Es el súmmum sentimental de 'Watchmen'. Pero también en la finale, Lindelof y su coguionista Nick Cuse nos reservan algún momento de romanticismo revientamentes. Uno, en concreto, puede dejar sin aire. Recuerden estas palabras: "Estoy en cada momento que estamos juntos. Todos a la vez".

Es lo más inolvidable de 'Mira cómo vuelan', junto a esa imagen final de solo relativa ambigüedad. Lindelof sabe que un desenlace no se queda contigo si es definitivo, y aquí deja en el aire si Abar logrará caminar sobre las aguas. No será él quien conteste a esta última pregunta, decidido como parece a dejar el posible relevo en manos de otra persona, a ser posible una mujer, o una persona de color, o ambas cosas. Las historias de superhéroes ya no pueden ni deben ser las mismas.