Barcelona. 17 de agosto de un caluroso mes de agosto. Cientos de turistas y residentes de la zona pasean tranquilamente por uno de los enclaves más emblemáticos de la Ciudad Condal, la Rambla. Faltan menos de veinte minutos para que sean las cinco de la tarde cuando de repente, y sin previo aviso, una furgoneta de color blanco irrumpe a toda velocidad en el paseo llevándose consigo la vida de 16 personas e hiriendo a más de cien. Lo que sucedió después ya es conocido por todos.

Pero quizá algo que no se ha sabido hasta hoy es que Cruz Roja Castellón participó en ayudar a los afectados por el atentado. Carlos Maldonado, Marta Ledesma, Álvaro Valcárcel, Alicia Avilés, Eduardo Arriaga y Eva López son solo seis de los 30 voluntarios que conforman el equipo de Atención Psicosocial de la entidad castellonense y que se desplazaron hasta Barcelona tras el 17-A. Pero como ellos mismos explican a Mediterráneo: «No estábamos solos, teníamos un amplio equipo detrás y una unidad de reserva preparada para tomarnos el relevo si hubiera hecho falta». «Nosotros hemos sido la cara visible de este equipo», cuentan.

Durante los tres días que estuvieron allí, «atendimos a unas 30 personas, si bien es cierto que hablar de cifras en estos casos es complicado» apunta la coordinadora de los voluntarios desplazados, Eva López. «A veces no puedes atender a más, porque la atención que puede necesitar una familia te ocupa varias horas», puntualiza.

No obstante, el equipo está «contento y satisfecho» con el trabajo realizado. Y destacan «la buena acogida» por parte de los otros equipos, que, «en ningún momento nos veían como intrusos», según Álvaro Valcárcel; así como el «agradecimiento» que recibieron. «Es muy gratificante escuchar esas palabras», expresa Eduardo Arriaga, a quien le llamó mucho la atención «no se metió en el mismo saco a todos los musulmanes; la gente tuvo muy claro desde el primer momento que los actos fueron llevados a cabo por esas personas en concreto y que no por ello todos los musulmanes tienen que ser iguales».

Los seis voluntarios desplazados coinciden en que han experimentado «un crecimiento personal y profesional». «Es síntoma de que estamos haciendo bien las cosas porque es para lo que nos hemos formado, para estar ahí ayudando a esas personas en momentos como ese», dice Carlos Maldonado, quien socorrió uno de los casos más duros. Tuvo que prestar atención a una persona que acababa de perder a su abuela y a su nieta en el atentado, «y la atención psicosocial fue determinante aunque cada persona encaja estos golpes como puede».

Ante la pérdida

«Unos lloran, otros se ponen rabiosos porque no entienden su estado emocional» señala Álvaro Valcárcel. «Les hacemos ver que el estado anímico que les invade en ese momento es totalmente normal y que deben exteriorizarlo», señala. «Al fin y al cabo, lo que pretendemos con nuestra labor es evitar que el estado psicológico de los afectados se enquiste», apunta Alicia Avilés, quien junto a Marta Ledesma estuvo en la sala que habilitó el Ayuntamiento de Barcelona para firmar los libros de condolencias. «Quizá nosotras vivimos la parte más amable, vimos cómo personas que vivían a más de una hora y media en transporte público decidieron acudir a mostrar su apoyo, recibimos más abrazos que nunca», concluye Marta.