R ecuerda cómo eran las vacaciones de los 70? Para decenas de familias de Castellón nunca como hasta ahora el descanso estival había sido tan parecido al de antaño. Y todo por culpa del covid-19. Este agosto tan extraño, con la crisis económica amenazando el bolsillo, la posibilidad de viajar en avión remota, el miedo al contagio y los desplazamientos limitados, el interior de la provincia se ha convertido en un refugio. Jamás los municipios más pequeños habían estado tan llenos. Los bares y tiendas lo notan, como también lo hacen los alojamientos rurales. «Este año tenemos muchísimo trabajo. Ojalá fuera así todos los meses», coinciden en varias tiendas de ultramarinos.

Catí tiene 750 habitantes empadronados, pero estos días la cifra de residentes supera los 2.000. «Hay más gente que nunca. El pueblo está a tope y lo está de vecinos cuyos padres o abuelos eran de Catí y que el resto del año viven en Castelló, Barcelona o València», describe su alcalde, Pablo Roig.

Miguel Ángel Milián es el gerente de Autoservei Aguedita, el supermercado de Cinctorres. «No sabemos de dónde ha salido tanta gente, pero en la tienda no recordamos un verano con tanto movimiento», cuenta mientras reconoce que el aluvión de visitantes, sin duda, beneficia a la mayoría de los establecimientos del interior. «En estos momentos la despoblación no es un problema», sentencia.

Se pregunte donde se pregunte, la respuesta es la misma. «Estamos hablando de que hemos multiplicado la población habitual por 10», sentencia Ester Querol, la alcaldesa de Ares, donde en invierno viven poco más de 190 vecinos. Y en Baix Maestrat ocurre lo mismo. «En Canet hay casas que llevan cerradas años y que este verano han vuelto a ser abiertas por sus propietarios», describe la alcaldesa, María Ángeles Pallarés.

En un agosto sin toros ni verbenas, los pueblos de Castellón ofrecen a los turistas y visitantes tranquilidad y relax. Poco más. «Por lo general, la gente va a la piscina, practica senderismo y disfruta del paisaje. Y por la noche sale a la fresca a charlar con los vecinos», explica el alcalde de Catí.

El verano del covid va a dar alas a los pocos negocios que quedan en los pueblos más pequeños de Castellón, pero muchos de los alcaldes y los vecinos tienen sentimientos encontrados. Por una parte celebran que las calles estén tan llenas de vida y que se formen colas de turistas en la panadería o en la farmacia. Por otra temen contagios. «Quienes viven todo el año en el pueblo son, fundamentalmente, personas mayores. Son un colectivo de riesgo y ahora que el pueblo está lleno de turistas existe miedo a que haya rebrotes y puedan acabar contagiados», apuntan varios alcaldes.

En estas localidades hay temor a los rebrotes y los munícipes deben lidiar todos los días con los problemas que les genera tanto turismo. «Este año no hay fiestas patronales, pero los jóvenes igual tienen ganas de divertirse, y es normal. Hay noches que hacen reuniones, ponen música y eso genera molestias entre los vecinos», dicen varios alcaldes, que reconocen que empiezan a echar en falta el sosiego típico del invierno.

Inconvenientes aparte, que los hay, la legión de familias que este verano han elegido el interior de la provincia para pasar sus vacaciones solo habla maravillas. «Estamos en la gloria. La tranquilidad es máxima y es un lujo poder pasear por el campo o disfrutar de las calles y plazas del pueblo», aseguran los veraneantes. Un lujo que, además, resulta barato. H