Una sola letra convierte en inglés la mañana en luto. Morning. Mourning. Un resultado electoral, ansiado y celebrado por unos; temido y aborrecido por otros, separa ahora a un país. Y hoy en Estados Unidos, según a quién se mire, según con quién se hable, según a quién se tenga como amigo en Facebook o a quién se siga en Twitter, reinan el éxtasis o la conmoción. No hay un país sino dos.

Para los estadounidenses que votaron por Donald Trump ha resucitado esa «mañana en América» de la que habló Ronald Reagan, el mito conservador del que el ahora presidente electo recogió su eslogan de campaña, «Hacer América grande otra vez». Para quienes lo hicieron por Hillary Clinton y pensaron que Trump nunca llegaría o debería llegar al más alto cargo del país, en cambio, es el momento del duelo, de la sensación de vacío, de ese juego de palabras que habla con tristeza del «luto en América», de un despertar de pesadilla.

Son dos mundos radicalmente opuestos y forzados ahora a una convivencia que, al menos en las primeras horas desde que cerraron las urnas, parece difícil de conseguir. Y la división se palpaba la noche electoral yendo desde la frustrada fiesta de campaña de Clinton hasta la inesperada de Trump.

«HEMOS ELEGIDO A UN DÉSPOTA» / El palacio de cristal del centro de convenciones Jacob Javits donde se suponía que Clinton iba a hacer historia salía, antes incluso de que conocer los resultados devastadores para los demócratas, una señora de mediana edad. Toda la ilusión y el entusiasmo que se habían palpado unas horas antes se habían ido marchitando poco a poco, estado a estado, y la mujer se iba claramente afectada, sumiéndose en una desesperanzada conversación con una amiga, resumida en uno de sus interrogantes: «¿Qué va a ser de nuestro país?»

«Hemos elegido a un déspota», decía cuando se entraba en su conversación, antes de desaparecer por la Décima Avenida, rumbo al norte, dejando tras de sí el eco del miedo. «Estamos de nuevo en 1933».

No es así como ve las cosas Eric Eck, veinteañero, estudiante de medicina. Él estaba a las puertas del hotel de la Sexta Avenida donde Trump esperaba los resultados, esa victoria que se haría oficial poco después de las 2.30 de la madrugada. «El futuro es brillante», proclamaba. «Esto es brexit, un referendo sobre el Gobierno. Y ha hablado la mayoría silenciosa».

«Esta es nuestra América ahora», proclamaba mientras en Twitter Tim Hinkle, un joven de 20 años de Nueva Jersey, con el que este diario habló la semana pasada en Pensilvania en el único mitin de campaña ofrecido por Melania Trump, la mujer que el 20 de enero se convertirá en la primera dama.

Aquel día, con una camiseta en la que se usaba un humor que va más allá del negro para sugerir el asesinato de Clinton, Hinkle defendía que «gracias a Trump la gente ya no tiene miedo de expresar sus opiniones». Y aunque ahora que su candidato ha ganado la batalla por la presidencia no contesta a un mensaje para volver a hablar con él, gracias a su cuenta en la red social se puede saber cómo se siente. «¿Soy un jodido enfermo o es bueno que esté feliz de ver tantas mierdas progresistas caminando bajo la lluvia?»

Va a hacer falta algo más, mucho más, que mantener la confianza en la «buena fe» de los conciudadanos, el ejercicio que el presidente Barack Obama pedía que se realizara en un miércoles gris. Porque las divisiones y las tensiones se palpan mucho más allá que en mensajes de 140 caracteres. Se han desatado. Y explican otros momentos presenciados también en la larga noche electoral.

«¡OS ODIO!» / Mientras Alice Orlando y su hija Samantha se confesaban «más allá de la felicidad» por la victoria de su candidato, mientras hablaban de cómo habían seguido durante la noche los resultados en las pantallas gigantes en la sede de la conservadora FoxNews «con otros blancos, con negros, con latinos» y decían frases como «nunca he sentido que estuviéramos tan unidos», un chico joven pasó a su lado. Y viendo sus gorras y parafernalia pro-Trump lanzó un grito, seco, rabioso. «¡Os odio!»

Hay votantes de Trump que no pierden la esperanza de que las cosas vayan a ser distintas a como es difícil no temer. Y se puede contar entre ellos a Gina Redrovan, una abogada originaria de Ecuador que llegó a Estados Unidos hace más de 10 años y que es una de esas latinas que obligan, una vez más, a no equivocarse en identificar voto hispano con voto demócrata. «Creo que Trump va a unir porque es un negociador», decía con su cartel de «cristiana latina» entre las manos, minimizando también el miedo que se extiende en las comunidades inmigrantes de que el presidente electo vaya a hacer realidad sus promesas de levantar un muro entre EEUU y México, de realizar la deportación masiva de entre los 11 y 12 millones de personas que se cree que están sin documentos en el país, de imponer exámenes ideológicos...

POLÍTICA Y SOCIEDAD / En otras palabras de Redrovan, no obstante, volvía la recriminación. «Son los medios los que dividen. Y los demócratas». Decía. «La izquierda es la que basa sus políticas en las divisiones».

Reconstruir puentes que llevan años resquebrajándose se plantea difícil, más cuando un partido, el republicano, ha ganado todo el poder. Lo decía también Eck, el estudiante de medicina. «Trump tiene la presidencia, tendrá el Congreso y el Senado y nombrará a los jueces del Tribunal Supremo. En realidad no necesita a los demócratas». Él hablaba de Washington, de la política. ¿Qué pasa con la sociedad? H