Las callejuelas de Ciutat Vella se vieron sorprendidas ayer por la tarde por un trajín incesante de subir y bajar persianas metálicas. Una banda sonora desacompasada, imprevista y aleatoria, en la que los comercios que atestan la zona vieja de Barcelona se convirtieron en refugios improvisados para las oleadas de personas que deambulaban a su alrededor, huyendo del horror y de la incertidumbre. Espacios para guarecer a quienes se sentían vulnerables en una urbe atacada por el odio. Reductos de paz para familias de mil nacionalidades. Búnkeres de supervivencia.

«Hemos ido abriendo y cerrando puertas a medida que pasaba gente desesperada. Cuando pensabas que cerrabas, pasaba una familia asustada, necesitada… ¿Y qué ibas a hacer si no abrirle?», detalla Eva, vendedora de un comercio textil en la calle de la Canuda. «La angustia era tan grande que hemos visto a un señor que para poner a salvo a su bebé ha lanzado un carrito dentro de una tienda, y el carro se ha volcado, el niño llorando...», dice Andrea, su compañera.

Pocos metros más allá, otra vez, una persiana se alza. Tras ella se asoman Sergio y Xavi, dependientes que preguntan a sus vecinas qué se sabe. «He escuchado un gran estruendo y he ido a la Rambla, donde he visto cuerpos tendidos en el suelo. Una escena dantesca, con llantos y correrías. Me he asustado y he decidido volver a la tienda, y al poco hemos visto a un tipo de negro corriendo con una pistola o un áser y unos policías persiguiéndolo, ordenándonos que nos encerráramos. No lo han tenido que decir dos veces», describe Xavi.

Menos prudente se mostraba Edmundo, que insistía a un guardia urbano que tenía que ir a recoger unos enseres más allá de Portaferrissa, donde tiene su trabajo. Ante la insistencia del joven, respuesta taxativa del agente: «¡¿Qué coño es más importante, lo que tienes ahí dentro o tu vida?!». Asunto zanjado. «¡Outside, outside!», continuaba bramando el policía, para evacuar a los transeúntes de mil nacionalidades de la zona acordonada por motivos de seguridad.

Todo lo contrario, adentro, adentro, iba ofreciendo Flavián a cuantas personas pasaban por las inmediaciones del comercio donde trabaja. «Hay alemanes, ingleses, franceses, locales… El miedo no conoce de nacionalidades y está claro que el terror tampoco», explica este joven. Una treintena de personas se distribuyen por el local, con el pequeño despacho de la tienda como centro de operaciones para ir informándose del atentado y cargar el móvil para poder tranquilizar a los familiares.

«La gente se está comportando de manera ejemplar, con una solidaridad enorme, con calma, hasta mirando ropa de la tienda, y eso que estamos a oscuras», se maravilla Paula,