«Tanto correr delante de los grises para ver esto. Qué pena. Ponme otra caña, anda». La reflexión se la hacía un votante socialista al camarero de turno, ayer, frente a la sede del PSOE en Madrid, y demuestra esa fascinante capacidad de la historia para colarse entre las rendijas de lo cotidiano.

Nadie sabía qué estaba ocurriendo dentro del cuartel general, pero la madrileña calle de Ferraz se pobló de una tribu variopinta de ciudadanos curiosos que acudieron con la intuición de estar viviendo un acontecimiento de los que uno cuenta a los nietos; de asistir en primera fila a una convulsión en el mapa político que, lejos de parecer ajena, necesitaban palpar en primera persona para reivindicar su lugar en mundo con el manido «yo estuve allí». Ocuparon las terrazas de los bares de enfrente para asistir en directo al resquebrajamiento del PSOE.

Había viejos militantes, casi todos afines a Pedro Sánchez, que a ratos parecían noqueados por el drama, pero combinaron ese estado de shock con el café, la caña, el selfi y alguna confesión: «He dejado la olla a fuego lento para venir a ver cómo se destruye mi partido, que casi se me rompe el corazón anoche cuando vi salir a ese chico con sus trajes por si no le dejaban volver. Qué pena más grande».

Porque a veces, los relatos se escriben solos y las grandes transformaciones sociales parecen esconderse tras un guion del realizador manchego Pedro Almodóvar.

Como las aceras se desbordaron, llegó la policía municipal a poner orden en el intenso tráfico. Con chaleco antibalas. Nadie acertó a preguntar si se esperaban tiros o navajazos. Una mujer comía uvas en una bolsa de plástico. «Yo me he dicho: voy a echar la mañana allí, porque toda la vida votando y ahora, jubilada, pues por lo menos verlo», dice a otra militante socialista de pelo ralo que le cuenta que no ha podido dormir «ni con la pastilla».

Trastos viejos

«Por lo menos el chaval lo ha intentado», intercede una tercera, que ha llegado desde Villaverde en el autobús, mientras delante de la puerta del PSOE para el camión de recogida de trastos viejos y bajan los operarios a preguntar si les habían reclamado. Parece que no. O no todavía. Y se marchan. Pasa un coche y el conductor grita: «¡Aguanta, Pedro!».

Llámenlo realismo mágico. Socialismo neurótico. Microsociología electoral. O cómo echar la mañana mientras el PSOE se rompe. H