MMamá, dame dinero, que he quedado con los colegas». La madre traga saliva y da un no por respuesta. «Esta vez no hay dinero. Ya me he cansado de que mi cartera esté siempre a tu disposición y que siempre estés con exigencias». De la boca del chaval sale una retahíla de reproches e insultos. «¡Qué asco de maruja. Fracasada. Mierda. Y ahora llora un ratito que te escuche todo el mundo!». Esta podría ser la escena de un menor que en su casa hace tiempo que ha traspasado los límites del respeto. Está maltratando verbalmente a su madre y la situación de convivencia es tan insostenible que los padres, que lo soportan en silencio, con un sentimiento de vergüenza, ya no saben qué hacer, adónde acudir y a quién reclamar ayuda. Es el maltrato silenciado. Y lo es porque, en la gran mayoría de los casos, las propias víctimas han elegido sufrir en silencio. Un drama, sin embargo, cada vez más frecuente en Castellón pero con muchísima menor proyección que otros tipos de violencia.

José Luis Cuesta, fiscal jefe de Castellón, aseguraba hace unos días a este periódico, que uno de los fenómenos que más preocupa al Ministerio Público es el incremento de los casos de violencia de hijos respecto a sus padres. Le preocupa a Cuesta y también a la Fiscalía General del Estado, que en su última memoria anual cifra en casi 5.000 los procedimientos de violencia filio-parental registrados en España en el último ejercicio. «Se trata de un problema social de una magnitud que desborda el ámbito de la jurisdicción, pues es el resultado de un modelo educativo fracasado, carente de pautas de autoridad como de valores definidos», recoge la memoria de la Fiscalía.

PADRES QUE ROMPEN EL SILENCIO // A nivel nacional han sido 4.898 las denuncias por malos tratos de hijos a padres, y en Castellón la cifra asciende a 37. Eso quiere decir que cada mes tres progenitores de la provincia acuden a la Justicia a denunciar a sus hijos por violencia. Ya no pueden más. Han dejado de lado la vergüenza, han roto el silencio y han acudido a los juzgados para poner fin a años de insultos y agresiones.

Los datos que maneja la Fiscalía son la punta de un iceberg que esconde una base de población mucho mayor. Las familias, en general, no denuncian y los expertos consideran que, efectivamente, los juzgados son la excepción, el último cartucho contra unos jóvenes que se revuelven en masa contra sus padres. Les acusan de ser los únicos responsables de sus frustraciones.

Los casos de violencia filio-parental que llegan a la Justicia son una minoría, pero las estadísticas hablan de un problema que va claramente a más. Lo saben también en el centro de reeducación de menores Pi Gros de Castellón, donde este tipo de maltrato supuso el año pasado el 14,2% del total de las medidas de internamiento ejecutadas. «Se trata de un delito que ha adquirido paulatinamente un mayor protagonismo en la ejecución de medidas de internamiento en Pi Gros», describe, Rubén Simó, director del centro ubicado en Castellón.

Las causas de la violencia familiar son muy diversas y van desde estilos educativos permisivos hasta patologías mentales, pasando por conflictos familiares. “Existen diferentes rutas a través de las cuales los hijos ejercen violencia hacia los padres y en cada menor pueden estar presentes una o varias causas. Una de las principales se relaciona con la presencia de déficit en las pautas educativas, que derivan en prácticas de crianza ineficaces», argumenta el responsable de Pi Gros.

EL POR QUÉ DEL MALTRATO // Ese déficit en las pautas educativas a las que alude Simó van desde padres que durante años han desatendido las necesidades de sus hijos hasta parejas que tienen verdaderas dificultades para controlar a unos menores que les desobedecen y les desafían constantemente. «También hay casos derivados de una disciplina inapropiada, tanto en forma de progenitores que han hecho un uso excesivo del castigo físico así como de aquellos cuyo estilo de crianza está muy asociado a prácticas permisivas», añade el director del centro de reeducación Pi Gros.

Javier Urra, psicólogo, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental y autor del libro Pequeño dictador, también pone el foco en la permisividad social. «Se quiere educar sin utilizar la palabra no, sin aceptar la frustración y los niños, poco a poco, se convierten en verdaderos dictadores», defiende el experto.

Pero, ¿cómo se reconduce la conducta de un menor que lleva años agrediendo a sus padres? A Pi Gros llegan los casos en los que un juez, ante la gravedad del delito, decide separarlo de su familia. «Se opta por una media de internamiento en régimen semiabierto o convivencia en grupo educativo», añade Simó. A partir de entonces empieza una intervención de carácter educativo y terapéutico, donde se trabaja tanto con el menor como con los padres. El objetivo, analizar por qué el adolescente ha traspasado los límites del respeto y hacerle ver que otra convivencia es posible. Y no tiene nada que ver con los insultos y las agresiones.