Las señales estaban escritas en la pared desde hace mucho tiempo, pero nadie las quiso ver. En un desenlace tragicómico a las elecciones más insólitas en mucho tiempo, los estadounidenses han escogido a un hombre sin experiencia política, que miente con regularidad y abandera toda clase de teorías conspiratorias, para dirigir su destino los próximos cuatro años. Donald Trump será el 45º presidente de Estados Unidos tras derrotar a Hillary Clinton con el apoyo abrumador de los trabajadores blancos. El voto de protesta contra las instituciones ha prevalecido y generado una enorme ansiedad en el mundo. Trump es el reverso del idealismo proyectado por EEUU durante décadas. El nacionalismo oscurantista toma las riendas.

Puede que sea solo una sensación, pero la capital del país se despertó envuelta en un profundo silencio. Como si se dispusiera a enterrar su ingenuidad y su cacareado excepcionalismo. La segunda revolución americana tiene que ser algo parecido a esto. Después de elegir a un presidente negro, medio país apostó por el candidato de los supremacistas blancos y la extrema derecha. Un hombre que idolatra el dinero, que divide el mundo entre ganadores y perdedores, y que ve amenazas bajo cada piedra. La sensación de que una época se acaba era generalizada. «Tragedia americana», tituló la revista progresista New Yorker. «El cambio ha puesto a EEUU al borde del precipicio», concluía el Washington Post en su editorial.

El resultado refrenda la división del país en dos mitades antagónicas. Clinton obtuvo 193.000 votos más que Trump a falta de completarse los últimos flecos del recuento, un 47,7% frente al 47,5% del republicano. Pero lo que importa son los votos electorales que reparte cada estado. El magnate conquistó 279 frente a los 228 de la exsecretaria de Estado. En contra también de todo lo previsto, la participación fue la más baja desde el año 2000. Solo votaron cinco de cada diez con derecho a voto.

La debacle demócrata se extendió también al Congreso. Los conservadores mantienen el control de las dos cámaras, lo que permitirá a Trump legislar sin oposición si es capaz de sofocar la guerra interna de su partido. La intención de las partes apunta en esa dirección. «Trump liderará un Gobierno republicano unificado», dijo el líder del partido en el Congreso, Paul Ryan, quien mantuvo un abierto enfrentamiento con Trump durante la campaña.

La intención de las partes parece ser esa. Los conservadores podrán además designar a los próximos jueces del Tribunal Supremo, institución que acaba marcando el rumbo ideológico del país. Uno como mínimo, pero es posible que hasta tres, lo que pondría en jaque derechos como el aborto o el matrimonio homosexual.

La inesperada victoria de Trump desató protestas y altercados en varios puntos del país. Todos los actores son conscientes del resentimiento explosivo que ha dejado la campaña y en la resaca de la noche electoral se vio un acentuado propósito de enmienda. «Ahora es momento para que América restañe las heridas de la división. Tenemos que trabajar juntos», dijo Trump refiriéndose a todas las facciones políticas del país.

También quiso enviar un mensaje tranquilizador al mundo, donde la preocupación es palpable por el repliegue aislacionista y proteccionista que presagia su presidencia. Por no hablar de su escepticismo hacia la OTAN, la ONU y la UE, instituciones a las que acusa de haber robado la soberanía nacional de los pueblos. Trump niega el cambio climático y pretende cancelar el acuerdo del clima de París. Además quiere licitar terrenos públicos para la explotación de petróleo, gas y carbón. En su equipo de asesores en materia de energía, hay numerosos lobistas para las industrias fósiles.

«Siempre pondremos los intereses estadounidenses primero, pero trataremos a todo el mundo con justicia. Perseguiremos la afinidad, no la hostilidad», añadió. Esto tranquilizó a las bolsas tras desplomarse con la noticia del resultado. Si hay algún consuelo en su presidencia es que Trump no es un ideólogo. Durante su vida ha cambiado tantas veces de partido que es difícil contarlas y su prioridad ha sido siempre contentar a su ego. Esa combinación podría derivar hacia el pragmatismo, aunque su discurso excluyente contiene elementos tóxicos llamados a envalentonar a sus pares populistas en todo el planeta.

El triunfo de Trump es también la derrota de Barack Obama, cuyo legado podría ser pulverizado. Desde la reforma sanitaria a los acuerdos con Irán y Cuba. La incapacidad de Obama para reformar seriamente el sistema tras la crisis económica ha acabado explotando. La rampante desigualdad derivada de las políticas neoliberales de las últimas décadas está llevando al mundo a un pasado de banderas y salvadores de patrias. La revuelta de los perdedores se ha consumado. H