El negocio de las pescaderías de proximidad languidece en Vila-real. Hace unos días, el penúltimo comercio de productos frescos del mar, situado en la calle Calvari, anunciaba a sus clientes habituales que cambiaba de modelo de negocio. En el futuro, su dueño solo venderá congelados y fruta.

Esta tienda la regenta el hijo de Paloma, que precisamente es la última pescadera superviviente. A su pequeño local de la calle Sant Bertomeu, en el barrio del Cristo del Hospital, tan solo se añaden los dos puestos en el Mercado Central. El resto son grandes superficies. Hace 41 años que despacha con la clientela y ha visto cómo un negocio “sacrificado, pero rentable” se ha vuelto “muy difícil de sostener”.

“A principios de los años ochenta, en Vila-real había 11 pescaderías de barrio, a las que se sumaban otros seis comercios que despachaban en el mercado”, recuerda con añoranza. En aquellos años, Vila-real tenía unos 10.000 habitantes menos que ahora, pero todos tenían su “clientela”. “Yo he llegado a tener dos dependientas fijas y una tercera de forma puntual”, destaca.

Y no es que unas estuvieran muy lejos de las otras. A 300 metros del local de Paloma había otra pescadería, en la calle Molí, que cerró a mediados de los noventa. Esos años fueron el inicio del declive para muchos.

FUTURO // Tampoco su establecimiento tiene la supervivencia garantizada, pues tanto ella como su marido piensan jubilarse en el 2017 y no hay relevo. “Mi hija y su pareja intentaron hacerse cargo de la pescadería, pero vieron que el margen de beneficios no daba para vivir los dos, por lo que en un año este negocio también puede cerrar”, indica.

Y si finalmente se cumple su presagio, será ante todo porque el futuro se presenta oscuro para los vendedores de pescado. “Todo ha cambiado mucho en pocos años”, afirma contundente. “Los jóvenes compran siempre en supermercados. Pero también ha cambiado la dieta, pues antes era habitual que el pescado fresco fuera el plato fuerte de la cena”, sentencia mientras despacha a una clienta. H