Hice mi primer retrato en 1993, desde entonces no sé a cuántas personas habré tenido ante la cámara, lo que sí que sé, es que todas y cada una de ellas me han hecho conmover. Cuando retrato a alguien lo que estoy haciendo es saciar la curiosidad que he sentido siempre por esas bellas criaturas. Puedo reconocerlas porque dejan una estela a su paso, son personas que tienen brillo propio, únicas, especiales, viven al otro lado de una frontera que la mayoría no se atreve a cruzar. La inercia me lleva a su encuentro, son un regalo, una bendición. Al contemplarlas por el visor me doy cuenta de lo expuestas que están en ese momento y de la responsabilidad que esto supone para mí. Ya no me divierte hacer fotografías, no me da la satisfacción de la cual tanto disfruté hace años.