Sergi Marcos o el abismo de las pasiones

Si miras largamente el abismo, el abismo también mirará dentro de ti.

Friedrich Nietzsche

(Más allá del bien y del mal, 1886)

El abismo es todo lo que ignoramos, todos nuestros miedos y nuestros anhelos. El abismo es la muerte y puede ser el inicio de una nueva vida. El abismo es el todo y al mismo tiempo es la nada. Y es por eso que el abismo nos atrae y nos aterra a partes iguales. Instintivamente queremos explicar lo inexplicable. Las ansias de saber nos empujan a perdernos en el abismo, el no saber nos asusta. Y es que vivir es transitar constantemente sobre el abismo, como unos funámbulos, en equilibrio constante, atentos a la caída, decididos a seguir el camino pero ignorando la cabeza donde se aferra la cuerda. Paradójicamente nuestras vidas se asientan en el temblor y el balanceo constante de una cuerda que blande, por una parte a la otra, sobre las profundidades más ignotas.

Pero, más allá del abismo en el que vivimos, todos llevamos el abismo dentro de nosotros. Contenemos el abismo que nos contiene. Todo se mantiene en un extraño equilibrio por una fuerza misteriosa que no somos capaces de explicar. Es en este sentido que debemos adentrarnos en la obra de Sergi Marcos. Sus cuadros parten del gran interrogante de la existencia humana. Vivimos en un enigma, en un abismo inmenso. Y en el abismo no hay cámaras ni refugios, no hay calles ni mapas. Nos encontramos desorientados en un paraje inhóspito. El Hombre es un abismo que camina dentro del abismo y el Arte, en todas sus vertientes, es un -quizás el único? - punto donde aferrarse, una brújula que intuitivamente nos traza caminos de luz en la incertidumbre .

En este sentido, las obras de Sergi Marcos destacan por su sentido espacial, por la capacidad de construir espacios, construir abismos dentro del abismo blanco de la tela. Y lo hace alejado de los estereotipos románticos y de fórmulas aprendidas. Huye el abismo entendido como un espacio oscuro y temible para perfilar un abismo que nos invita a emprender un nuevo camino de aprendizaje. Y es que la obra de Marcos procura abrir ventanas donde reflejarnos, crear espacios profundos donde poder adentrarnos y, adentrándonos en la obra, profundizar en los abismos que cada uno de nosotros llevamos dentro.

La pintura tiene momentos de riesgo. El artista debe situarse en el borde del abismo, justo en la frontera que separa nuestra realidad de la realidad oculta tras todas las cosas. El artista debe sentir el abismo bajo sus pies, acotarse hay dentro. A menudo hay intuye algo que le atrae, que lo llama a zambullirse. No en vano Miquel Barceló dice al hablar de su proceso de trabajo: «A mis cuadros siempre hay un momento en que parece que lo derrumbe, que el desastre se imponga. Y aquel vértigo me es necesario para seguir avanzando ». Crear es tomar decisiones y, en el momento decisivo, evitar que todo se derrumbe. El azar puede influir estas decisiones pero, consciente o inconscientemente, el artista decanta el rumbo de su obra a través de un gesto, de una línea, de una mancha, de un color,

Inevitablemente, por instinto o razón, trazas un rumbo con el que, para bien o para mal, te hace avanzar. La pintura es un proceso mental pero también emocional. Marcos afirma: «He trabajado estas series con la intención y el convencimiento de que el tráfico por estas situaciones abisales sólo puede ser desde la implicación en la búsqueda del ritmo y la belleza como verdades universales». Y es aquí -en el terreno emocional- donde se dibuja su mundo iconográfico, fruto de la experiencia personal, estrechamente ligado a experiencias concretas que la han conducido a formalizar una representación muy personal del concepto de abismo.