En la serie de pinturas «De la nit al dia» (de la noche al día), el paisaje urbano es el protagonista de las obras. Un tema clásico del repertorio artístico, que continúa resultando atractivo, porque muestra al espectador su entorno más inmediato desde otra óptica. Redescubrir la realidad que por cotidiana pasa desapercibida. Encontrar y disfrutar de nuevos matices en aquello que se cree conocer.

El título responde a la manera como se muestran estos paisajes, iluminados por la luz artificial que baña las calles entre el anochecer y el amanecer. Este recurso fuerza el espectador, acostumbrado a deambular por una ciudad diurna, a verla desde un punto de vista nuevo.

El otro recurso que se utiliza para esta desconexión con la rutina es la supresión de la perspectiva tradicional. Para lo cual una férrea línea se expande por la composición, como el plomado en las cristaleras, unificando aquello próximo con aquello lejano en una misma estructura. Este trazado omnipresente rompe tanto con la continuidad espacial, como con la propia unidad formal, los elementos arquitectónicos de cada edificio se independizan de este y adquieren su propio valor.

Esto invita a la vez a reflexionar sobre la dualidad de la ciudad: ¿una escenografía o un espacio artístico? ¿simple escenario donde transcurre la acción de unos personajes o conjunto arquitectónico con carácter propio? Por eso, se suprime la presencia humana u otros elementos ajenos a los propios del urbanismo como por ejemplo farolas, arbolado o señalizaciones.

«De la nit al dia» empezó el 2014 y se ha desarrollado hasta la actualidad, con más de sesenta obras. Es la evolución de una práctica pictórica iniciada a principios de los noventa, con innovaciones estilísticas, técnicas o conceptuales, pero con un referente común, el Paisaje Urbano

A la formación académica en Bellas artes, se suma la práctica profesional de la docencia del dibujo, casi tres décadas de continua actividad pictórica e influencias de las obras de los grandes; la serena majestuosidad del barroco Belloto, la vitalidad impresionista de Pissarro o la densa atmósfera de Hopper.

Pero por muchas palabras que se escriban sobre una obra, no la justificarán como tal, nada sustituye la experiencia vital de situarse frente a ella. Ese momento en que se produce la verdadera magia, cuando se entabla un diálogo con la pintura y las sensaciones se vuelven emociones.