Hace tiempo, al terminar un ensayo antes de un estreno, llegó un trabajador con la intención de repintar la caja negra del teatro ya que había algunas manchas casi imperceptibles. El trabajo de este pintor deslizando el rodillo, de un lado a otro, pintando negro sobre negro el suelo y las paredes del escenario nos dejó totalmente hipnotizados. Un hecho tan sutil hizo que el teatro, en el que llevábamos ocho horas trabajando, empezara a funcionar como un verdadero teatro, como una máquina de mirar. El trabajo cotidiano de un pintor, un señor con un rodillo y un cubo de pintura haciendo metódicamente su trabajo se transformó en una magnífica coreografía.

Obra Pública se plantea desde este desplazamiento, poniendo en huelga las formas con las que entendemos y producimos vida en escena y escena en la vida.