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Película en Filmin

"La asesina del hacha": el primer 'true crime' que conmocionó al EEUU del siglo XIX

Lizzie Borden fue acusada, y luego absuelta, de los asesinatos de su padre y su madrastra, cometidos en 1892

Fotograma de 'Lizzie'.

"Señora Churchill, venga. Alguien ha matado a mi padre". Con esas palabras, lanzadas a una vecina a través de un patio un día de agosto de 1892, una mujer llamada Lizzie Borden pasó a la historia de la criminología apodada como "la asesina del hacha" y, alternadamente, se la ha considerado una villana, una víctima, un icono cultural, una heroína feminista y hasta un símbolo LGTBI. A estas alturas no solo es protagonista de docenas de libros, algunos de pura ficción y otros basados en minuciosas investigaciones. Alrededor de su figura, además, se han diseñado blogs, canales de YouTube, óperas, ballets, obras de teatro, poemas, canciones populares, muñecas y disfraces en Halloween. Aparece en un episodio de 'Los Simpson' y, por supuesto, su historia ha sido contada en innumerables películas y series de televisión. El último largometraje dedicado a ella, 'Lizzie' –protagonizado por Chloë Sevigny y Kristen Stewart–, se estrena ahora en España a través de Filmin. 

Eclosión sensacionalista

Su caso se erigió en referente pop porque coincidió en el tiempo con una eclosión de la prensa sensacionalista en Estados Unidos, pero, sobre todo, porque nunca sabremos si era o no culpable. Lo que sí se sabe es que alguien mató no solo a su padre sino también a su madrastra. Sus cuerpos aparecieron terriblemente mutilados; el de él, recostado en el sofá de su vivienda en Fall River (Massachussets), donde había estado durmiendo la siesta, y el de ella, boca abajo en la habitación de invitados –desde mediados de los 90, la casa funciona como alojamiento turístico y atracción para curiosos y fanáticos del true crime–.

El padre recibió una decena de hachazos; la madrastra, el doble

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Andrew Borden había recibido 10 u 11 hachazos; su mujer, Abby, casi el doble. En el momento de los asesinatos, la otra hija del muerto, Emma, estaba fuera de la ciudad, y la criada, Bridget Sullivan, se encontraba convaleciente tras una intoxicación alimentaria. Otro posible sospechoso, John Morse –tío de las hermanas Borden y en aquel momento huésped de la familia– presentó una coartada consistente. Días después, la policía arrestó a Lizzie.

Pruebas incriminatorias

Entre las numerosas pruebas circunstanciales que la señalaban destacan dos. Tres días después de los asesinatos, la joven fue vista quemando un vestido azul en una estufa y, al ser preguntada por ello, afirmó que la prenda estaba manchada de pintura –¿era ese un motivo suficiente para arrojarla al fuego?–. Además, según el empleado de una farmacia, un día antes del suceso, Lizzie había visitado el establecimiento con la intención de comprar ácido prúsico, altamente venenoso. Durante el interrogatorio, incurrió en varias contradicciones, y los agentes que hablaron con ella la notaron demasiado "tranquila y serena" dada la situación. En todo caso, en el juicio que se celebró meses después –uno de los más célebres de la historia estadounidense– , los jueces dictaminaron que aquel testimonio era inadmisible porque, al ser interrogada, la acusada se encontraba bajo la influencia de la morfina que le había sido recetada.

Los abogados defensores convencieron al tribunal de que una mujer de clase alta y catequista no podía cometer aquellas atrocidades

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¿Qué pudo haber motivado a Lizzie? Su padre era uno de los hombres más ricos de la localidad, pero su tacañería era casi patológicaen casa de los Borden no había electricidad ni agua corriente ni cuarto de baño. Pese a ello, pocos años atrás el anciano había comprado una casa para la hermana de Abby, algo que lógicamente había dolido a sus hijas. En realidad, además, a ellas nunca les había gustado su madrastra, en parte porque sabían que al casarse con su padre se convertía en la única heredera de la fortuna familiar. A lo largo de los últimos 130 años se han ido proponiendo otras razones posibles: que Lizzie había sufrido los abusos sexuales de su padre; que había cometido los asesinatos en complicidad con la criada, de quien era amante secreta; incluso que había actuado durante un episodio de fuga disociativa causado por la menstruación. La versión de los hechos ofrecida por Lizzie aúna varias de esas teorías.

El factor clase 

En cualquier caso, a finales del siglo XIX apenas se sabía nada de ciencia forense, y la policía fue incapaz de identificar el arma del crimen. Durante el proceso judicial, además, los abogados de la defensa lograron poner a los jueces de su parte al convencerlos de que una mujer como Lizzie, que no solo provenía de la alta sociedad sino que además impartía clases de catequesis y participaba en varias obras caritativas, no era capaz de cometer atrocidades como aquellas. Finalmente, fue declarada inocente. Hasta que murió de neumonía en 1927, vivió en libertad aunque, eso sí, siempre en el centro de sospechas, cotilleos y burlas. Por cierto, que con el dinero de su padre se compró una mansión en el vecindario más elegante de la ciudad. Tenía cuatro cuartos de baño.

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