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La película de la temporada

'Avatar: el sentido del agua': ¿un espectáculo deslumbrante o simple tecnología sin alma?

Como en 2009 le sucedió a su predecesora, la nueva 'Avatar: el sentido del agua', ha provocado una polarizada reacción entre partidarios y detractores

Un fotograma de ’Avatar: el sentido del agua’, de James Cameron. © 20TH CENTURY STUDIOS

Pocas películas lograron una polarización tan acusada entre fans y 'haters' como 'Avatar', de James Cameron, cuando se estrenó en 2009. Las opiniones oscilaban entre los elogios a su asombrosa grandiosidad técnica y visual y las críticas a lo artificial de sus texturas y la poca sustancia de su historia. Trece años después llega 'Avatar: el sentido del agua' y se repite la controversia. ¿Es este nuevo viaje al planeta Pandora un espectáculo deslumbrante o una propuesta tan hueca como hortera? Los expertos de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, del grupo Prensa Ibérica, Julián García y Quim Casas se suman al debate y plantean un cara a cara sobre 'El sentido del agua'.

A favor

Un alucinógeno sentido de lo asombroso, por Julián García

Es improbable que quien tenga tirria al universo de ‘Avatar’ (2009) vaya a cambiar de opinión después de ver ‘Avatar: el sentido del agua’ (2022). A pesar de que la primera entrega es, a día de hoy, la más taquillera de la historia, con unos chiflados 2.900 millones de dólares recaudados en todo el mundo, abundan los ‘haters’ a los que les dan grima las azuladas criaturas del planeta Pandora, su jabonosa atmósfera ‘new age’ y su arrogante etiqueta de película que venía a cambiar la historia del cine. Así que lo mejor será que no pierdan el tiempo.

O… quizá sí.

Es verdad que nadie le había pedido a James Cameron una nueva entrega de ‘Avatar’, pues siempre dio la sensación de que con un viaje intergaláctico a Pandora ya había suficiente. También es verdad que el guion de esta nueva entrega es inane, con un relato de aventuras de escasa hondura, desarrollo tontorrón y personajes trazados con rotulador grueso. Aun así, y asumiendo su condición, ‘Avatar: El sentido del agua’ es un espectáculo colosal capaz de despertar el viejo y casi perdido sentido del asombro. Una experiencia visual -y sensorial- sencillamente alucinógena.

Un fotograma de 'Avatar: el sentido del agua', de James Cameron. © 20TH CENTURY STUDIOS

No hay apenas guion y casi todo es absurdo. Su mensaje ecologista y anticolonial roza la pose estética y, a decir verdad, destila un alarmante aire de masculinidad patriarcal en su inflamado alegato de la familia tradicional. Pero experimentar ‘Avatar: el sentido del agua’ en sala de cine y flamante 3D es lo más parecido a entrar en un sueño, o una vieja barraca de feria, donde las cosas no tienen por qué tener sentido y trascendencia. Tecnológica y visualmente, el filme de Cameron es deslumbrante, como venido del siglo XXII. Las amnióticas imágenes acuáticas estimulan una relajante ingravidez antes de dar paso a un furioso último acto en el que el director se suelta el pelo y, enloquecido, se cita a sí mismo en una marmita en la que confluye todo su (gran) cine de acción previo, desde ‘Abyss’ hasta ‘Titanic’, desde ‘Terminator’ hasta ‘Aliens, el regreso’.

Todo está ahí, ultraconcentrado, en esa última hora, y aunque solo sea por eso no lo duden y vayan al cine: como su predecesora, ‘Avatar: el sentido del agua’ no cambiará la historia del cine (aunque sí salvará su taquilla), porque nadie en sus cabales, salvo Cameron, está dispuesto a lanzarse a proyectos de tamaña megalomanía tecnológica. Pero ha conseguido algo que hoy, en tiempos de rasposo cinismo y descreimiento, suena bastante bien: dejar al espectador con la boca abierta, aunque sea por un rato, acurrucado bajo un manto de pasmo y maravilla. Como de otro planeta. 

En contra

Un gran técnico con poco que contar, por Quim Casas

Más que una película, esta segunda entrega de ‘Avatar’ puede considerarse un evento en toda regla. Y cómo tal, con proyecciones en 1983 pantallas en toda España en su primera semana de estreno, incluidas las salas Imax y las que tienen 3D, está subordinado a la tecnología antes que a la emoción. En el ya lejano 1991, cuando estrenó ‘Terminator 2: El día del juicio final’, James Cameron demostró con creces que se podía contar una buena historia de género fantástico mediante una imaginativa técnica de efectos digitales muy elaborados, pero aún primerizos. Tengo la sensación de que, de aquí a dos décadas, la segunda película con Schwarzenegger encarnando al androide de vieja generación seguirá siendo tan sorprendente visualmente como lo fue en su momento, mientras que ‘Avatar’ y ‘Avatar: el sentido del agua’, más las otras tres partes que Cameron planea y promete realizar hasta 2028, habrán envejecido mucho peor.

Un fotograma de 'Avatar: el sentido del agua', de James Cameron. © 20TH CENTURY FOX

No solo es cuestión de acertar con el efecto preciso, de sorprendernos con planos imposibles y de llevar al extremo las posibilidades de las tres dimensiones –la mayor conquista del director–, sino de crear historias más o menos convincentes e insuflarles esa emoción que el responsable de ‘Aliens, el regreso’ dice saber transmitir.

Este último avatar es frío como el hielo, alargado hasta la extenuación –no es larga porque dure 192 minutos, sino porque no tiene tantas cosas que contar en tan apabullante metraje–, insulso en los conflictos generacionales que plantea con la nutrida prole de Jake Sully y Neytiri, exagerada en las disputas adolescentes repletas de testosterona y algo feístas planos generales de rocas colgantes inspirados en las portadas de Roger Dean para los discos de Yes. Incluso el guiño final a la tragedia del ‘Titanic’ –¿autohomenaje o impotencia creativa? – resulta forzado. El tono ecologista de la película también es muy simple, recubierto de esa pátina ‘mainstream’ tan habitual en las últimas cintas del director, pese a que las partes con el enorme cetáceo proscrito tienen su qué.

Cameron se ha creído el mesías del cine de gran aparato, y es indudable que las salas aguantan mejor tras la pandemia gracias a productos de estas características. Pero tanta megalomanía cansa. Tiene poco que contar, aunque, eso sí, emplea el 3D como nadie. De hecho, si se dedicara a seguir investigando en el campo del CGI y dejara de dirigir, perderíamos a un director regular que gasta innecesarias millonadas para ganar a un técnico ejemplar.

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