Estreno de cine

‘Gladiator 2’: tiburones, rinocerontes y periódicos en la Antigua Roma

No resulta extraño que ahora, 24 años después de que se estrenara ‘Gladiator’, la segunda entrega ofrezca muchísimo más de lo mismo

Paul Mescal en 'Gladiator II' de Ridley Scott.

Paul Mescal en 'Gladiator II' de Ridley Scott. / EPC

El impacto que ‘Gladiator’ (2000) tuvo en su día en la cultura popular es monumental. No solo obtuvo un triunfo rotundo en la taquilla y otro en la ceremonia de entrega de los premios de la Academia de Hollywood de 2001 al obtener el Oscar a la Mejor Película, el Oscar al Mejor Actor para Russell Crowe y tres estatuillas más; además, impulsó un nuevo auge del cine de aventuras grecorromanas, también conocido como péplum -un auge transitorio, es cierto- en una época en la que el subgénero llevaba mucho tiempo siendo recordado casi exclusivamente como el asunto de uno de los mejores gags de ‘Aterriza como puedas’ (1980). 

Si se tiene en cuenta ese éxito no resulta extraño que ahora, 24 años después, ‘Gladiator II’ ofrezca más de o mismo o, mejor dicho, muchísimo más de lo mismo -más batallas espectaculares, bíceps más abultados, más emperadores malvados y vagamente afeminados-, hasta el punto de hacer parecer a su predecesora una película minimalista en comparación. Las críticas que la película ha recibido por su falta de originalidad, eso sí, son insignificantes si se comparan con los ataques de los que lleva siendo objeto desde hace meses, la mayoría de ellos centrados en su supuesta inexactitud histórica.

El Coliseo, ¿un acuario gigante?

El más recurrente de ellos está relacionado con su escenificación de una batalla marítima dentro del Coliseo, en la que intervienen no solo varios navíos sino también un puñado de tiburones asesinos; si bien es cierto que ese tipo de combates tuvieron lugar ocasionalmente en el anfiteatro, los expertos coinciden en que la participación de escualos en ellos habría requerido algo tan improbable por entonces como su captura en el océano -la suya y la de incontables kilolitros de agua salada, necesaria para su supervivencia- y su transporte hasta Roma, a una distancia de 35 kilómetros, por lo que lo más razonable es que en esas contadas ocasiones el Coliseo fuera rellenado con agua dulce procedente del río Tíber. Por la versión del edificio ideada por el director Ridley Scott, además, se pasean violentos babuinos a pesar de que no existe prueba alguna de que los antiguos romanos usaran esos primates en sus espectáculos de lucha.

Algo distintas son las réplicas generadas por ‘Gladiator II’ a causa de la inclusión en su metraje de una escena en la que alguien aparece cabalgando un rinoceronte. Parece ser que obras literarias datadas en la Roma del siglo I mencionan esos mamíferos, pero lo hacen refiriéndose a su variante india, que posee solo un cuerno, mientras que los que aparecen en la película tienen dos; además, no está comprobado que un animal como ese pueda ser domesticado y montado como si fuera un caballo.

En otro momento de la secuela, un grupo de comensales se pasan entre sí un plato que contiene polvo de cuerno de rinoceronte, pero esa sustancia empezó a usarse como medicina o droga recreativa mucho más tarde, en el siglo XVI, en China. Más evidencias de falta de rigor histórico: el metraje incluye la presencia de un noble que lee un periódico, 1200 años antes de la aparición de la prensa impresa, cuando lo cierto es que en la época que ‘Gladiator II’ recrea, el año 211, los romanos leían las noticias escritas en enormes tablas de piedra distribuidas situadas en puntos concretos de la ciudad. Asimismo, una escena muestra al emperador Macrino (Denzel Washington) en una cafetería, aunque esa clase de establecimientos no aparecieron en Italia hasta el siglo XVIII. 

Críticas

Los espectadores más puntillosos han encontrado algunos motivos no relacionados con la fidelidad a los hechos para cargar contra la película. El primero tiene que ver con la elección de su reparto: su personaje protagonista es Lucio, nieto de Marco Aurelio, que en ‘Gladiator’ era solo un niño obligado a huir de la ciudad para salvar la vida, y a quien entonces interpretó el actor Spencer Treat Clark; pese a que Clark sigue siendo un intérprete en activo, muchos cuestionan que en esta ocasión Scott no lo escogiera a él sino a Paul Mescal -un actor magnífico, todo sea dicho- para encarnar al personaje. El segundo está relacionado con el primer trailer de la película, que vio la luz el pasado mes de julio y cuya banda sonora incluía la canción ‘No Church in the Wild’, interpretada por los raperos Jay-Z y Kanye West y el músico Frank Ocean. Las redes sociales, para sorpresa de nadie, pusieron el grito en el cielo. 

Por supuesto, este no es el primero de los largometrajes de Scott que recibe este tipo de críticas. Hace solo un año, el director británico fue vilipendiado porque su biopic ‘Napoleón’ (2023) muestra al emperador francés ordenando el disparo de cañonazos contra las Pirámides de Egipto, a pesar de que eso nunca sucedió, y porque perpetúa en referencia a él el mito del gran hombre hecho a sí mismo. Y, en su día, ‘Gladiator’ también se vio en el ojo del huracán por su primera escena de batalla, en la que el ejército romano usa bolas de fuego, catapultas y ballestas. 

A por la tercera

La reacción de Scott ante este tipo de ataques siempre ha sido la misma: sugerir a sus detractores dónde pueden meterse sus quejas. Por lo que respecta a ‘Gladiator II’, está seguro de que esa mala prensa no va a impedir que la película triunfe espectacularmente en la taquilla, tan seguro que ya ha empezado a escribir una tercera entrega de la saga. En ese sentido, es una lástima que no recupere el guion que el músico Nick Cave escribió hace años con la mirada aún puesta en la segunda; según ese texto, Máximo Meridio (Crowe) -muerto al final de ‘Gladiator’- es resucitado del purgatorio y enviado de regreso al mundo de los vivos para que mate a Jesucristo, y posteriormente lucha sucesivamente en las Cruzadas, la Segunda Guerra Mundial y Vietnam antes de encontrar empleo en el Pentágono. Eso sí es tomarse a risa el rigor histórico. 

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