Los romanos trajeron el albaricoque a Europa desde Oriente, ya que es originario de regiones templadas de Asia. Hoy día se cultiva en muchos países con climas benignos. España es una gran productora de esta fruta que encuentra su hábitat perfecto en las provincias mediterráneas.

Los albaricoques más dulces y jugosos son los recolectados desde finales de la primavera hasta finales del verano y los podemos adquirir en las fruterías de los mercados municipales. El color rosado de su piel indica una alta maduración y gran riqueza en azúcares. El atractivo color anaranjado de los albaricoques, junto con el agradable aroma que desprenden y su sabroso dulzor, convierten a esta fruta en una de las predilectas de la estación veraniega. Por sus cualidades nutritivas, es perfecta para todas las edades.

Es una fruta muy delicada y debe tratarse con mucho cuidado. Está en sazón cuando, al presionar el fruto suavemente entre dos dedos, se aprecia una textura blanda. Los albaricoques se deben coger muy maduros para que tengan toda su finura y aroma. Una vez maduros, se deben conservar en la nevera en una bolsa de plástico agujereada.

PREPARACIONES

Si se consumen cuando están verdes son indigestos. En este caso, verdes y algo duros, se pueden cocer para utilizar de relleno en tartas y en espumas, o bien encurtirse con vinagre y clavos para preparar un condimento excelente como acompañamiento de platos de caza o carnes frías.

El albaricoque tiene un aporte energético bajo (39 calorías por 100 gramos). Tiene mucha agua y pocos hidratos de carbono. Es rico en fibra y provitamina A (beta-caroteno), de acción antioxidante. De su hueso se extrae un aceite muy valioso para la piel. De los albaricoques secos y sin hueso se obtienen los orejones, utilizados para acompañar preparaciones dulces y saladas.