Si hay algo que identifica a los vinos de Castellón es su diversidad. Con una gran variedad de uvas, suelos y climatología, los viñedos se distribuyen en pequeñas parcelas en las que se cultivan variedades autóctonas como el embolicaire (bonicaire), macabeo o monastrell, unidas a la garnacha, tempranillo o variedades francesas como el cabernet o el merlot. Así, cada bodega cuenta con su sello de identidad propio. 

Al mismo tiempo, con el fin de mantener y revalorizar el patrimonio vegetal que en algunos casos estuvo prácticamente al borde de la desaparición, la provincia está recuperando y poniendo en valor las pocas parcelas de viñedos de más de 80 años de variedades autóctonas. En la mayoría de los casos estas deben ser cultivadas de forma manual, sobre todo donde las plantas están dispuestas en vaso y con una distancia entre ellas menor en la que la mecanización se hace prácticamente imposible.

Este trabajo, unido a la proximidad al mar de algunas bodegas en las que la salinidad imprime un fuerte carácter a sus vinos, la escasa pluviometría o la gran cantidad de horas de sol de la zona se unen para conseguir el mayor potencial de los vinos de Castellón: su amplía diversidad.