José Vicente le debe mucho a sus padres, a un cunicultor… y al suspenso en unas oposiciones. Sus padres, Roberto y Encarna, fueron quienes levantaron La Farola en Altura. “Antes era un bar de 24 horas. Abríamos a las seis de la mañana para servir los primeros cafés, después bocadillos para almorzar, comidas, cervecitas por la tarde y cenas por la noche; era una locura”, recuerda el propietario del reconocido restaurante del Alto Palancia, recomendado incluso por la Guía Repsol. Por su parte, un amigo criador de conejos fue quien le recomendó que hiciera un curso de arroces en la vecina Segorbe que le empujó a dar un giro de 180º al concepto hostelero. ¿Y qué hay del suspenso? Pues bien, su mujer y compañera en el proyecto, María, era bióloga en Valladolid y después de suspender unas oposiciones se decantó por probar suerte en la cocina, conoció a su actual pareja y formaron un equipo imbatible en la vida y en los fogones.

José Vicente Garnés y María Adrián forman por tanto el tándem que se esconde tras los éxitos de La Farola. Ambos cocinan “a cuatro manos” en el remozado establecimiento y comparten proyecto vital. Ante los éxitos que están cosechando con un restaurante que cuelga el ‘no hay billetes’ de martes a domingo cabría preguntarse por el siguiente paso en el camino, pero con la siguiente respuesta queda claro por dónde pasa su realización personal: “Lo que más nos llena es la satisfacción de los clientes. Para optar a premios como estrella Michelin habría que cambiar el concepto de negocio y cambiarlo todo, pero quiero que siga viniendo la misma gente a comer y a disfrutar”. 

Los postres, imprescindibles en La Farola: A la izquierda, berlina rellena espuma de café y helado de mantecado. En la derecha: Arriba, un ramen, y abajo, una sopa tailandesa de panceta y berros.

Encantado está José Vicente también con el pueblo en el que está triunfando La Farola: “No cambiaríamos Altura por nada del mundo, María se ha integrado muy bien al pueblo porque la calidad de vida que tenemos aquí no está en muchos sitios. Nuestra casa está a diez segundos del restaurante y vivimos en un entorno privilegiado”.

Originalidad, calidad y precio ajustado

Pese a la revolución disfrutada en el restaurante, este aún conserva buena parte de las virtudes de uno de los templos del ‘esmorzaret’ de la provincia de Castellón que fue en su día. De La Farola no te irás con hambre y tampoco pagarás las ganas. “Nuestro menú cuesta en torno a 20 euros y en el precio se incluyen tres entrantes y un plato principal, al margen de pan que hacemos a diario y postre”, casi nada… Entre los platos a destacar subrayar la apuesta por los productos de proximidad de primera calidad, comenzando por el premiado aceite que elabora la familia Garnés, considerado uno de los mejores de la Comunitat Valenciana y que se puede comprar en el mismo establecimiento por 12 euros la botella. “La cosecha la llevan sobre todo mi padre y mi hermano, pero más de una vez me toca ir a podar los olivos”, confirma José Antonio entre risas.

Volviendo a los platos, aunque la carta cambia constantemente de la mano de la curiosidad y el buen hacer de la citada pareja de cocineros, en la actualidad José Antonio recomienda “unas croquetas con queso de la quesería de Almedíjar, unos buñuelos de coliflor, unas clótxinas al vapor con salsa tailandesa, cebolla a la llama con brandada de bacalao y anguila ahumada, o canelones con garreta de cordero de Viver”. Si no tienen suficiente con todos estos manjares también se pueden encontrar güeña de Altura, un guiso de longaniza con col, berenjena asada a la parrilla con rosbif de vaca o guiso de alubias de Viver con bacalao y gamba”. Y todo esto, regado cómo no con los mejores caldos del Palancia, aunque la carta de vinos es más que extensa y abarca la práctica totalidad del territorio nacional.

La completa bodega es lo primero que encontrarás cuando entres en La Farola.

No olviden si acuden a La Farola dejarse un hueco para el postre. En especial, un helado artesano de nata con frutos secos de la comarca y chocolate caliente que el propio José Antonio elabora junto con su madre, Encarna: “Ella fue mi primera maestra y cocinar con ella es un disfrute total”. No oculta este alturano orgulloso de serlo que sus padres son sus primeros fans: “Están pletóricos porque saben lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Hubo un momento que estábamos al límite, sin clientes y los empleados a veces éramos quienes nos comíamos la paella que mi madre había preparado para los clientes que no venían, aún se me pone la piel de gallina al recordarlo, así que ahora que ven que tenemos reservas para meses están felices no, lo siguiente”.

No quiere concluir José Antonio esta historia sin hablar de su inseparable María, a la que conoció a través de redes sociales: “Cuando La Farola era un bar de almuerzos me faltaba motivación, pero cuando empecé a investigar todo lo que se podía hacer en una cocina me encontré con ella y teníamos un rollo muy bueno hasta que se plantó en Altura a conocerme”. Y así hasta hoy, cuando al margen de codirigir este recomendable restaurante con aforo para unos 50 comensales comparten su mejor creación: un hijo de tres años.

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