Cuando se han cumplido 35 años del accidente nuclear de Chernobyl, la serie documental 'Palomares: Día de playa y plutonio' nos sumerge en la historia de la que pudo haber sido la peor catástrofe radioactiva en Europa. Algo que ocurrió mucho más cerca de lo que alguno se podría pensar, en suelo español. Ante el auge de los reportajes true crime, las plataformas se han lanzado a hacer reportajes de investigación que sirven para reconstruir y arrojar nueva luz con la perspectiva de los años sobre algunos de los sucesos que mayor impacto han tenido en la sociedad española. El accidente de Palomares era uno de esos episodios que necesitaban de una revisión, sobre todo teniendo en cuenta que la censura de la época causó que llegara información muy sesgada a la población de lo que estaba ocurriendo. Además de entrevistas con algunos de los protagonistas directos, esta miniserie de cuatro episodios cuenta con material que estaba considerado secreto y recreaciones de los hechos.

De no ser por las graves consecuencias medioambientales y el riesgo para la salud de las personas, el incidente de Palomares guardaba todos los elementos para convertirse en una comedia de Luis García Berlanga. Si en la película 'Calabuch' (1956) del cineasta valenciano era un científico atómico quien se escondía en un idílico pueblo de la costa del Mediterráneo del mundo y de la destrucción que había creado, en Palomares fueron las propias armas de destrucción masiva las que se perdieron en la pequeña población de Almería. Hasta cuatro misiles nucleares se extraviaron tras el trágico accidente ocurrido entre dos aviones militares norteamericanos el 17 de enero de 1966 mientras realizaban maniobras de repostaje de combustible en pleno vuelo. Tres pudieron ser localizadas en los primeros días, pero pasaron casi tres meses hasta que pudieron encontrar la cuarta.

La frase: "Mi comandante se nos ha perdido una bomba" puede dar origen a un intenso thriller de política ficción de Michael Bay o una comedia muy a la española, de ésas en las que mostramos nuestra capacidad de reírnos de esas chapuzas que son tan nuestras. Militares norteamericanos y guardias civiles españoles trabajando juntos para localizar las bombas, mientras los gobernantes de turno tratan de esconder al mundo la gravedad de la situación. No hacía mucho que en Estados Unidos se había instalado la psicosis y el miedo a un ataque con misiles nucleares desde la URSS estaba a la orden del día. Habían pasado cuatro años desde la crisis de los misiles de Cuba y había ciudadanos que se habían construido refugios nucleares en sus granjas preparados para lo peor. La series nos explica que había aviones permanentemente en el aire para responder a la URSS en caso de un ataque nuclear, escenario en el que España era un lugar estratégico. Era la época en la que norteamérica se apuntó al Made in Spain. El país no solo era el escenario para rodar grandes producciones cinematográficas, sino suelo en el que instalar sus bases. Militares que llegan a esa España en la que Ava Gardner se corría las juergas que Paco León nos contó en 'Arde Madrid'. La dictadura franquista había conseguido acabar con el aislamiento internacional que tuvo España tras el final de la Segunda Guerra Mundial y hacía y dejaba hacer a su antojo al Ejército norteamericano para tener contento a un poderoso aliado.

Los ciudadanos de ese pueblecito de la costa de Almería poco sabían de los riesgos de la radioactividad y veían el ir y venir de los militares más como un acontecimiento, en el que perfectamente podrían haber salido a las calles con banderitas mientras cantaban eso de "Americanos os recibimos con alegría", que ya vimos en otro clásico berlaguiano, 'Bienvenido Mr Marshall'. Los americanos bien podrían vernos como esos señores que huelen a ajo, pero ahí estaba Paco el de la Bomba, que desde el primer día les señaló con el dedo dónde estaba la bomba perdida, al que no querían hacer ni caso. Al fin y al cabo ellos tenían los instrumentos más avanzados que les indicaban que el proyectil estaba en otro sitio. No hace falta que explique dónde estaba la bomba al final ¿verdad?

Otro de los momentos clave en el documental es la historia del baño del entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, junto al embajador estadounidense en la costa de Almería para intentar frenar el efecto del pánico y que el fatídico accidente no espantara a los clientes potenciales de la entonces emergente industria turística española. Hubo una leyenda negra que llegó a cuestionar incluso que esa icónica escena hubiera sido filmada en la zona afectada por la alerta nuclear, un extremo que zanja este documental. No hay que olvidar que el acontecimiento ocurrió ante prensa internacional que no tenía las limitaciones de la censura para contar en sus países lo que estaba pasando en España. La serie subraya el acierto propagandístico que tuvo la escena, ya que el chapuzón de Fraga en blanco y negro y bañador es la primera que nos viene a la cabeza al más común de los mortales cada vez que alguien nos habla del accidente de Palomares. No las bombas en medio del campo o en el fondo del mar, ni los equipos que estaban día y noche midiendo la radioactividad en la zona. Aunque, ¿cuántas veces no nos hemos dado cuenta de la gravedad de una situación hasta que no ha salido el político de turno diciendo que todo estaba bajo control y era seguro?

Los responsables de este documental ya nos deleitaron hace más de un año con el repaso a la delirante historia de 'El Palmar de Troya', una serie que aspiraba a convertirse en el 'Wild, Wild Country' a la española con una secta nacida durante los últimos años del franquismo en una España que empezaba a abrir los ojos al mundo. Como en el anterior reportaje, han tenido que acudir a escenas de ficción para la reconstrucción de algunos de los momentos claves de la trama. Han pasado muchos años para que se pueda contar con el material gráfico suficiente, al tiempo que algunos de los protagonistas de estos hechos ya están fallecidos. El problema de estas escenas de ficción es que quitan un poco de credibilidad a la trama, ya que a veces no se distingue bien cuándo estamos ante imágenes reales o ante recreaciones. Momentos que no dejan de recordarnos la gran serie de ficción que podía haber sido.