Alto, con 2,01 metros, y corpulento, 90 kilos. La genética había dotado a Matt Biondi de un cuerpo, aparentemente, más acorde para deportes como el baloncesto o el fútbol americano. Sin embargo, la influencia paterna -era entrenador de natación y waterpolo- le hizo apasionarse por el agua desde la infancia.

Como una odiosa comparación con Mark Spitz, los norteamericanos veían en Biondi al nadador capaz de emular y superar los siete oros que logró su mítico compatriota en los Juegos de Múnich en 1972. La presión externa condicionaría así su trayectoria. El reto era mayúsculo.

Tras un desapercibido debut olímpico en Los Ángeles 1984 con un oro en los 4x100 libres, Biondi se presentaba en Seúl 1988 con toda la atención mediática sobre sus anchas espaldas. Y ya en la primera carrera, los 200 libres, primera decepción. Acabaría tercero, aunque se quedó a una décima de segundo del mejor crono de su vida.

Sin tiempo para asimilar este primer 'fracaso', se lanzó a la piscina en los 100 mariposa. Sus poderosas brazadas y el impulso de su número 50 de pies lo llevaron en cabeza de la prueba, pero en el último metro apareció el surinés Anthony Nesty para arrebatarle el oro por una centésima, menos de 2,5 centímetros. Matt, lejos de hundirse, se lo tomó con humor: "¿Y si me hubiese dejado crecer las uñas?".

Pese a sus esfuerzos, la alargada sombra de Spitz lo 'ahogaba' en el agua. Sin posibilidad ya de igualar la gesta de 'El Tiburón', liberado de presión, se haría con cinco oros consecutivos. Nunca igualaría la hazaña de Mark Spitz, pero, humilde, lo asumió con deportividad: "Hay demasiado énfasis en el éxito y en el fracaso y muy poco en cómo la persona progresa a través del esfuerzo. Disfruta del viaje, disfruta cada momento y deja de preocuparte por la victoria y la derrota". Más ‘envejecido’, aún tendría energías e ilusión por unos terceros Juegos.

En Barcelona 1992, se colgaría dos oros y un bronce. Ahí quedaba, para los anales olímpicos, un brillante palmarés de 11 medallas en tres Juegos Olímpicos. Retirado de las piscinas, el agua seguiría y sigue en su vida. Apoyaría un estudio que comparaba la forma de nadar de los humanos y los delfines y, en la actualidad, vive en Hawái formando nadadores que, seguramente, nunca igualarán su palmarés.