En uno de cada tres anuncios aparece un niño. En la mayoría de los casos, el producto o servicio que se promociona no tiene ninguna relación con las necesidades de la infancia. Los creadores publicitarios, buenos conocedores del efecto de simpatía o de rechazo según quién transmita el mensaje, se han abonado al protagonismo infantil aunque sea para explicar que un coche es seguro, un detergente elimina todos los microbios o una inversión garantiza el futuro. Los padres acuden a las agencias por el reclamo de las elevadas retribuciones o por la satisfacción de exhibir al artista de la familia, sin reflexionar sobre otros efectos en sus hijos. El fenómeno ha sido denunciado por una asociación de consumidores, que pide una revisión de la ley del menor y de la ley de publicidad. La iniciativa merece ser atendida, porque los datos son oportunos. Tenemos leyes que establecen límites al bombardeo de anuncios que incentivan la demanda entre menores incapaces de discernir lo que les conviene, y también normas específicas para que los niños que hacen cine no queden exentos de la formación escolar obligatoria. Son antecedentes válidos para pedir actuaciones similares en el campo de la publicidad.