Microsoft mostrará su fórmula de la Coca-Cola, el código fuente de Windows, sistema operativo que utilizan más del 90% de los ordenadores. Pero sólo podrán acceder a él gobiernos y organismos internacionales de fiar (desde Rusia a la OTAN), bajo compromiso firme de confidencialidad y con el objetivo de que los estados puedan diseñar más eficazmente medidas de seguridad informática. Bill Gates ha tenido que acceder, aunque sea de forma parcial y condicionada, a dar un paso al que se resistió una y otra vez durante los procesos antimonopolio en los tribunales de EEUU. Linux, un sistema operativo abierto, gratuito y adaptable a las exigencias de los usuarios, y sin sombras de posibles puertas traseras que conduzcan a los organismos de seguridad de EEUU, empieza a captar grandes clientes como el Parlamento alemán. La decisión de Gates nada tiene que ver con las exigencias de los particulares que defienden el software libre para abaratar el acceso a las nuevas tecnologías y combatir su monopolio. Unas demandas que toman consistencia y que Microsoft no debería poder detener ni a cambio de concesiones a los gobiernos ni con comportamientos que vulneren la libre competencia.