Los resultados del último sondeo del CIS sobre el impacto de la guerra en la opinión pública española son totalmente negativos para el Gobierno. Entre otros muchos datos, es relevante señalar que sólo el 5,3% se muestra bastante o muy de acuerdo con la intervención militar en Irak.

Jorge Fernández Díaz, al dar a conocer estos resultados, ha comentado que el Gobierno "no piensa en las municipales, sino en las generaciones futuras". Comentario inteligente pero no creíble: alguna inquietud electoral debe suscitar en el PP --y también en los demás partidos-- esta inesperada interferencia de la guerra en sus planes electorales. Especular sobre todo ello puede resultar, sin embargo, un ejercicio banal sin conocer algunos datos hoy imprevisibles: la duración de la guerra, el número de víctimas y las repercusiones inmediatas de la posguerra en Oriente Próximo, en la ONU y en la Unión Europea.

En efecto, es altamente probable que la guerra acabe con la victoria militar de EEUU y Gran Bretaña. Pero aún así, según como se desarrollen los acontecimientos, la victoria militar puede ir acompañada de una derrota política. Si la guerra se alarga mucho en el tiempo, si el número de muertos británicos y norteamericanos es muy elevado, si se desestabiliza la zona (especialmente, Arabia Saudí, Egipto o Turquía), si aumenta el terrorismo mundial, la ONU se devalúa o se interrumpe la unidad europea, la victoria militar pasaría a un segundo plano y lo realmente trascendente sería la derrota política de los gobiernos que le han dado apoyo. Quedaría demostrado que el pretendido remedio --la guerra-- ha resultado mucho peor que las pretendidas enfermedades: terrorismo, Sadam, armas de destrucción masiva, etcétera. Una victoria militar rápida y con consecuencias positivas para todos, tendría el efecto contrario.

El desgaste del PP parece irremediable a corto plazo. Si la guerra no ha acabado el día 25 de mayo, fecha de las próximas municipales y autonómicas, el precio a pagar puede ser muy alto, sobre todo en las últimas. Las encuestas reflejan el desacuerdo de muchos votantes del PP con la línea de su partido, que ya empieza a ofrecer alguna baja significativa. A más largo plazo, en las generales del 2004, las previsiones son, sin embargo, más inciertas y dependerán de la situación que se cree en la posguerra.

Son el PSOE e IU quienes, a primera vista, pueden capitalizar la situación actual, pero no parece fácil que el voto que pierda el PP vaya directamente al partido de Gaspar Llamazares, sino al de José Luis Rodríguez Zapatero1, quedándose una parte de él, muy probablemente, agazapado en la abstención. El PSOE, a mi parecer, no ha mantenido un tono adecuado en los debates parlamentarios al formular un discurso que, en general, más parecía una arenga a manifestantes pacifistas que la posición de un partido que aspira a gobernar ante un grave conflicto de política internacional. No obstante, los socialistas pueden recuperar un voto que nunca ha ido al PP y que se abstuvo en el ciclo electoral anterior.En definitiva, por el momento las previsiones son inciertas. Pero según el resultado inmediato y a largo plazo de esta innecesaria y cruel guerra, sus consecuencias electorales futuras pueden resultar decisivas, especialmente para el partido del Gobierno.