Estaba escrito. La superioridad tecnológica ha inclinado inexorable la balanza. Sólo queda efectuar un recuento de urgencia. Recuerdo que, el primer día de guerra, un periodista me anticipó que con la inevitable derrota vendría la crítica, cuando no el escarnio, contra cuantos nos hemos opuesto a la obscena agresión de la que ha sido objeto el pueblo de Irak. En efecto, van cobrando fuerza voces que ponderan el carácter inevitable de las hostilidades, así como sus efectos beneficiosos para la estabilidad de la zona. Asimismo, estas mismas voces alertan --transidas de realismo-- acerca de la desmesura de la campaña popular contra la guerra, al tiempo que aleccionan a los ingenuos sobre el carácter fatal de los conflictos de intereses y las reglas inamovibles por las que aquéllos se resuelven desde que el mundo es mundo. Procede, por tanto, clavar los pies en la arena y aguantar con calma el chaparrón de reflexiones sensatas que se avecina. Pero no hay que ceder ni un ápice en la defensa de algunos puntos esenciales. A saber:

Primero. La agresión militar perpetrada contra la nación iraquí por la coalición anglosajona constituye una acción de guerra ilegal, por carecer de la autorización de la ONU, única instancia competente para legitimar una acto de fuerza contra un Estado miembro.

Segundo. La precipitada declaración de la Azores no ha sido más que una burda impostura destinada a crear una apariencia de legalidad, mediante la apelación a un futuro e incierto nuevo orden internacional, al que sus signatarios vagamente se remitieron.

Tercero. Las razones para la agresión alegadas en dicho documento --lucha contra el terrorismo internacional y existencia de armas de destrucción masiva en poder de Irak-- no han sido más que pretextos para encubrir las auténticas motivaciones del ataque: la venganza por el atentado del 11-S, así como la ocupación y reordenación de la zona, en defensa de los intereses nacionales de EEUU y de su más fiel aliado. Nunca se ha probado la relación entre Irak y Al Qaeda, ni se ha evidenciado la existencia de armas químicas o biológicas en Irak. Por el contrario, han sido ingleses y norteamericanos quienes han empleado la bombas de racimo, de tan horrendos efectos.

Cuarto. La decisión personal del presidente Aznar ha sido opaca en sus motivaciones, oscura en su alcance, vergonzante en su plasmación, opuesta a la tradicional política exterior de nuestro país y contraria al sentir de una mayoría incontestable de ciudadanos. La pertinacia y falta de receptibilidad del presidente ha contribuido a agrandar el foso existente, en España, entre la ciudadanía y la clase política.

Quinto. Ha quedado demostrado que, pese a su precariedad, la ONU es la base sobre la que deberá construirse el orden jurídico internacional, aún hoy incipiente. Pese a sus limitaciones, Naciones Unidas ha domeñado durante un tiempo el orgullo de EEUU, obligándole a buscar un consenso que les ha sido negado, y han servido de caja de resonancia a las opiniones contrarias a la guerra. Debe denunciarse, por tanto, el intento de marginar en el futuro a la ONU, con el pretexto de que es una institución ineficaz propia de la fenecida etapa de la guerra fría.

Sexto. La reacción popular universal contra la guerra supone la emergencia de una opinión pública global con la que habrá que contar a partir de ahora, pese a que los políticos --y muchos medios de comunicación-- infravaloren aún a los ciudadanos, considerándoles como unos menores de edad a los que cabe manipular impunemente.

Séptimo. Es manifiesta la decidida voluntad norteamericana de prolongar su actuación unilateral después de la agresión y, consecuentemente, de establecerse en Irak bajo la forma de protectorado, para reordenar así la zona con exclusión de la ONU y administrar los recursos del país --y su reconstrucción-- en concepto de botín de guerra, del que serán excluidos cuantos no se doblegaron ante el mandato imperial, como Francia, Alemania y Rusia.

Octavo. El terrorismo, fruto de la desesperación de muchos árabes humillados y ofendidos, se incrementará hasta el paroxismo.

¡Qué trágico balance! Pero calma, que ha llegado el tiempo de los negocios.