Lo que en tiempos de paz provocaría escándalo, se convierte en tiempos de guerra en una mera nota a pie de página de nuestra conciencia. Nuestra capacidad de atención, como nuestra capacidad de escándalo, es limitada. Los propios medios de comunicación parecen sólo poder abarcar un tema central, de forma que, cuando se ocupan de la crisis existente en una región del globo, el resto del mundo desaparece. Y si la crisis es una guerra, incluso parece frívolo pretender hablar o escribir de otros temas. Por ejemplo, en el sangriento contexto de hoy ¿a quién le importan unos cuantos detenidos cuando decenas de personas mueren todos los días bajo las bombas?

Sin duda el Gobierno cubano también ha contado con que los relámpagos de la guerra cieguen a la opinión pública internacional y amortigüen la protesta. Los hechos: el 18 de marzo comenzó una oleada de detenciones en Cuba que ha llevado a la cárcel a prácticamente todos los promotores del proyecto Varela (iniciativa para introducir un proyecto de ley en la Asamblea Nacional que llevase a la liberalización de la vida política y económica en la isla), así como a numerosos periodistas, organizadores de bibliotecas independientes (en las que se prestan libros prohibidos por el índex castrista), defensores de los derechos humanos y miembros de partidos opuestos al régimen.

Su delito: traición y conspiración con el enemigo. El jueves empezaron los juicios contra casi una veintena de ellos. Las penas solicitadas van de 15 años de prisión a cadena perpetua. El único y magro consuelo es que no se han pedido penas de muerte.

Con estas acciones se interrumpe un proceso de mejora del respeto a los derechos humanos en Cuba, siempre bienvenido pero quizá puramente coyuntural, con el que se potenció el efecto propagandístico de las visitas del Papa y de Jimmy Carter. De cualquier manera, la política de Fidel Castro siempre se ha caracterizado por violentos vaivenes: si a veces la realidad le obliga a iniciar movimientos de apertura económica o política, en cuanto tiene oportunidad regresa al claustrofóbico bastión de su ideología simplista. ¿Estamos ante uno de esos regresos al terreno del autoritarismo? Tras la aceptación a regañadientes de la disidencia, ¿se vuelve a gritar "traidores" y "gusanos" a quienes critican al poder o, peor, proponen una alternativa a éste?

Sin duda hay más que eso. Es cierto que a las autoridades cubanas les venía molestando la actividad cada vez más intensa de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, que invitaba a los disidentes a cócteles, les entregaba propaganda y les permitía el acceso a internet --estrictamente reglamentado para los cubanos-- en sus instalaciones.

Pero Castro es un hombre capaz de jugar partidas simultáneas. Las redadas de disidentes coinciden con la revisión en Atlanta de un juicio en el que, con pruebas dudosas, cinco cubanos fueron condenados en Miami a penas de 15 años a cadena perpetua --¿es coincidencia que las pedidas para los disidentes sean idénticas?--, por espionaje y conspiración para el asesinato. Liberar a Los Cinco Héroes Cubanos, así, con mayúsculas, se ha convertido en una de esas campañas --como la de Eliancito-- con las que Castro agita de cuando en cuando los sentimientos antinorteamericanos de sus compatriotas para dar apariencia de entusiasmo revolucionario a una sociedad sin esperanza.

Es probable que los cinco, en efecto, no hayan contado con las garantías procesales exigibles y que el trato recibido en prisión haya sido más que riguroso; y es verdad que la justicia estadounidense acumula las chapuzas y las contravenciones a convenios internacionales --el ejemplo más brutal se da, paradójicamente, sobre la propia isla: el trato dado a los prisioneros talibán en Guantánamo--.

Pero organizar un juicio sumarísimo y en bloque --es decir, una farsa-- con acusaciones tan vagas como pomposas, privar de defensa real a los acusados y enviarlos a cárceles en las que, según los informes de Amnistía Internacional, abundan los tratos vejatorios e inhumanos, todo ello quizá tan sólo para usarlos más tarde en un mezquino canje de prisioneros, no será lo que lleve a Cuba a elevarse moralmente, como tanto le gusta a su líder, por encima de sus vecinos.