El saqueo masivo del patrimonio histórico iraquí ante la pasividad del Ejército de Estados Unidos ha provocado una alarma mundial, y el bochorno de los asesores culturales de George Bush, tres de los cuales han dimitido. La Interpol ha creado un equipo de investigación especial encargado de localizar las piezas robadas y evitar que circulen por el mercado negro de obras de arte, ante la sospecha de que bandas organizadas fueron las principales beneficiarias de los asaltos, si no las instigadoras.

La renuncia de las fuerzas invasoras a proteger los museos, pero también los hospitales, los centros oficiales, los comercios o simplemente las vidas de los iraquís, en un contraste flagrante con el celo dedicado a las infraestructuras petrolíferas, refleja la escala de intereses de la Administración de Bush.

Las instituciones internacionales, tantas veces denostadas por su falta de eficacia, se han echado de menos durante el caos del derrumbe del régimen de Sadam y se demuestran imprescindibles en la posguerra. La salvaguarda del patrimonio histórico iraquí debería pasar a depender inmediatamente de la Unesco, y no de los responsables del desastre.