Si el Vaticano no se apresura, veremos la imagen del Papa mezclada en la campaña electoral. No sólo, sino rodeado por la tribu de los Aznar-Botella, que con la madre del presidente, dos hijos, los suegros, hermanos, cuñados y sobrinos componían un entrañable grupo de hasta 20 personas.

Estaba previsto que el Pontífice recibiría a don José María. A nadie le tenía que sorprender que acudiera con su esposa, doña Ana. Lo que nadie podía esperar es que se presentara al frente de aquel gentío. Nunca había sucedido una cosa igual. Ni en Iberoamérica, dónde los gobernantes son tan católicos y las familias tan prolijas. Menos mal que no estaba previsto que se les sirviera una merienda, porque el compromiso habría sido descomunal. Hubo bendiciones papales para todos los presentes, que es lo que importaba en la ocasión.

La fotografía cumple un doble objetivo. Ante una familia tan numerosa y, sin embargo, unida, el Papa ha de estar impresionado y en estos momentos ha de ser proclive a perdonarle sus heterodoxas opiniones sobre la guerra. Pero ha de servir, además, de póster electoral. No es necesario para los convencidos, haga lo que haga y diga lo que diga el presidente del Gobierno, que verán la foto con delectación. Pero sí ante aquellos católicos en los que sus convicciones políticas se resintieron por la arrogante discrepancia del señor Aznar con el Pontífice. ¿Que pueden decir ellos ahora, si Su Santidad ha recibido a toda la tribu familiar en su residencia?

El Papa se debió dar cuenta de que le utilizaban, cuando el señor Aznar le explicaba que en Cuatro Vientos se encontraría a muchos más jóvenes de que le habían acogido en el Bernabeu, en 1982, cuando empezaban a gobernar los socialistas. Se dio cuenta, pero ya era demasiado tarde.