La repudiable decisión del Gobierno chino de aplicar la pena de muerte a los que incumplan conscientemente las medidas para combatir la neumonía asiática muestra la crueldad de las autoridades. El primer ministro, Wen Jiabao (Tianjin, 1942), elegido por la Asamblea Popular (Parlamento) en marzo, apenas ha tenido tiempo de aterrizar y se ha encontrado con la hecatombe. Pese a ello, Wen tiene experiencia en situaciones de máxima dificultad. Siendo viceprimer ministro, tuvo que hacer frente a las terribles inundaciones del Chanjiang (antiguo río Yang-tse) en 1998, que se saldaron con 4.000 muertos. También fue el encargado de combatir la miseria de 50 millones de campesinos paulatinamente empobrecidos desde 1978, en que Deng Xiaoping primó el desarrollo de las zonas costeras del país.

Wen, geólogo experto en agricultura y finanzas, que se afilió al PCCh a los 23 años y participó fielmente en la maoísta Revolución Cultural, lo pasó mal en 1989 por su posición favorable al diálogo con los estudiantes, que se movilizaron en la plaza de Tiananmen en pro de las libertades hasta que se produjo la matanza. En 1995, Jiang Zemin apoyó su reformismo y le emplazó a dirigir la planificación económica del quinquenio 1996-2000. Lo peor que le podía pasar a la China de estos nuevos dirigentes es una epidemia sanitaria que no saben cómo atajar.