Fiel a una biografía política jalonada de escándalos, Carlos Menem ha querido dar un nuevo golpe aparatoso al ya de por sí debilitado escenario institucional. Su renuncia a participar en la prevista elección de mañana, domingo, evidencia la irresponsabilidad de un caudillo megalómano que siempre se movió en política por interés exclusivamente personal. Si alguien todavía tenía alguna duda sobre la retorcida personalidad de Menem, ahora le habrá quedado despejada. Su arrogante decisión es un atentado más contra la quebrada credibilidad del sistema político argentino, con la que pretende desestabilizar las frágiles instituciones y, como consecuencia, las normas derivadas de la democracia representativa.

Desde el mismo instante en que se cerró el escrutinio final de la primera vuelta del 27 de abril, Menem sabía que sus días de influencia política podían terminar. Su techo del 24% certificaba su defunción política por el rechazo que genera en casi el 70% de la sociedad. Las encuestas de todos los institutos demoscópicos certificaban ese dato al atribuir al peronista Néstor Kirchner esa misma intención de voto para este domingo. El ego de Menem se resentía al pensar que una humillación en las urnas suponía una enorme satisfacción para su gran enemigo peronista, el actual presidente interino Eduardo Duhalde. Se trataba de evitar a cualquier precio un entierro político con afilados chistes porteños.

En estas últimas semanas Menem no ha dejado de precipitarse al vacío con sus maniobras desesperadas. Algunos de sus supuestos fieles asesores salieron corriendo en el mismo instante que se conocían los resultados oficiales de la primera vuelta, cambiando de familia peronista o dando dos pasos atrás para pasar inadvertidos, ante unas expectativas desastrosas para el 18 de mayo. Otros, esos personajes de vodevil que tanto han dañado la imagen pública de Menem durante años, le sugirieron la estrategia de denunciar fraude y retirarse de la carrera antes que admitir, papeletas en urna, una soberana derrota anunciada. A Menem no le quedaba ni tan siquiera el consuelo de haber ganado a los otros dos candidatos peronistas, en la particular batalla interna justicialista, porque casi un millón de los sufragios fueron depositados el 27 de abril con la papeleta de otra formación política no peronista, la ultraconservadora Unión de Centro Democrático de la familia Alsogaray.

Acostumbrado a vencer en todas las elecciones en las que ha participado --tres a gobernador de la provincia de La Rioja y tres más a la presidencia del país--, con su abandono, justificado ante la opinión con el argumento fatuo de "no querer dividir a la sociedad", logra además que su rival antagonista vaya a ser proclamado jefe de Estado con la única referencia del 22% de sufragios obtenidos en la primera vuelta. Un nacimiento de gobierno en precario que no habría tenido Kirchner --tal vez hubiera obtenido el más elevado porcentaje en toda la historia electoral argentina-- si se hubiera celebrado la votación popular prevista.

En diciembre de 1999, durante el traspaso de poderes a Fernando de la Rúa, decía Carlos Menem: "Lo mío es una presidencia constante; si no, nada. Después de ser Papa es muy difícil volver a ser cura". A pesar de esa rotunda expresión, muy repetida por el expresidente, no es descartable que este gánster de la política acabe sentado, no en el banquillo de los acusados, sino en el decisivo Senado argentino. Nadie podría impedirlo. Sólo depende de él, porque Menem es hoy senador suplente y bastaría la fácil renuncia de una senadora riojana, que ya se ha apresurado a ofrecerle su escaño, para poder seguir conspirando y poder protegerse así de algún magistrado justo, que también los hay en Argentina, que pretendiera encausarle. Néstor Kirchner, es una incógnita y, al mismo tiempo, un clavo ardiendo de esperanza. Haría bien en tomar buena nota del mensaje nítido lanzado por los ciudadanos. Debería ser consciente de que el peronismo tiene ante su espejo su última oportunidad para demostrar que es capaz de cambiar de forma radical y extirpar para siempre los ancestrales comportamientos mafiosos.