El día que algún sabio universitario se inventó el concepto ciencia política abrió la caja de Pandora de la confusión. La ciencia tiende al conocimiento y a la exactitud. Y en política cada vez nos conocemos menos y nos sorprenden más. Se supone que la ciencia está para intuir lo que va a suceder, porque para contar lo que ha sucedido ya estamos nosotros.

Pero queremos saber. Sobre todo aquellos que vieron cómo un voraz domingo electoral les daba más electores y se les tragaba algunos concejales. Hace apenas siete semanas todavía nos estábamos quitando de encima el humo de las bombas de Irak. Y ahora resulta que aquella guerra consiguió movilizar a unos y otros. Tantas alharacas de una izquierda que no podía dar crédito a su propio subidón acabaron metiendo miedo al votante del PP más tibio. Aquel votante que tuvo que agachar la cabeza cuando le afeaban lo de la guerra, aquel ciudadano que no entendía cómo su líder desdeñaba las palabras del Papa, reaccionó en el último momento y fue a arrimar el hombro para protegerse de la horda roja, para salvarse de la ecotasa, para no darle un disgusto a la presidenta consorte o para que nada cambiara en la Galicia de siempre. ¿Cuántos Prestiges hacen falta para que la indignación llegue a las papeletas? ¿Y cuántas subvenciones han mantenido a los pescadores en el dique seco a la espera del gran momento del domingo?

Esa es una de las incógnitas que todavía intentan analizar algunos alcaldes recortados. ¿Dónde está el agradecimiento por la política social? ¿Por qué el voto agradecido funciona en Galicia o funciona con el PER andaluz y se queda en casa cuando se trata de Barcelona? ¿Será que los abanderados del Nunca Máis, cuando votan en la ciudad fantástica, quieren decir a sus gobernantes que en realidad quieren más. ¿Más de qué? Más política de izquierdas, sí. O sea, más política social, más voluntad redistributiva de las ciudades, más participación, más guiños. Tal vez a Clos le ha pasado lo que a Jospin en Francia. En la capital de la paz y de la movilización ciudadana, la gente se acuerda de los que estaban junto a ellos --no delante ni lejos, sino al lado-- desde los primeros días.

Cuando no hay peligro de grandes cambios en el horizonte, el agradecimiento se da por supuesto y el voto se convierte en una prolongación del corazón. Es la democracia emocionante que le roba votos a la democracia del agradecimiento.

¿Y el futuro? Habrá sucesores crecidos en la política silvestre de las asambleas y sucesores de invernadero de los grandes partidos de gobierno. Pero todavía quedan alcaldes que rompen la tendencia de sus partidos. La ciencia política no explica todos los matices. ¿El hombre? ¿El partido? La gente.