El honorable señor presidente de la Generalitat Valenciana ha jurado su cargo colocando su mano, ¡gran mano!, sobre un montón de libros: la Constitución, el Estatuto, los Fueros y la Biblia. Estos dos últimos libros, sagrados civil y religiosamente, comparecieron a iniciativa propia. Parece que desde los tiempos de Joan Lerma, que es de mi pueblo, no se escuchaba hablar el valenciano a tan alto nivel. Y hace años.

Bienvenido sea, inclusive si el honorable le echó teatro al asunto porque la representación escénica es necesaria en casos tan solemnes y significativos como cargar con la responsabilidad de hacernos prósperos y felices a unos cuantos millones de valencianos que desde este momento dependemos de él. En valenciano o en castellano. Y sin tonterías, como diría resolutivamente el señor Julio de España que para eso se apellida así. Yo espero que el señor presidente, para bien mío, no se acuerde de la apertura de curso en la UJI, cuando tuvo que aguantar mi discurso inaugural, sin poder presidir el acto por aquel lío zaplanesco que se armó en la Universidad de Alicante y que enrareció la solemne apertura hasta el punto de que no se celebró ningún acto extraacadémico y por lo tanto no llegaron a presentarnos.

Todo volvió a sus cauces protocolarios establecidos desde hace siglos. Con los antecedentes relatados y la mano juramentada sobre tanto libro, más la ayuda de doña Pilar del Castillo y ¡cierra España! esperemos que todos sea para bien y que la carita de buen chico que luce el señor Camps no se oscurezca ni se transforme.