El señor Aznar quiso colocar a España entre los países que cuentan en el mundo y resulta que figura en la cola de Europa en el número de hogares con acceso a internet. Se encuentra en penúltimo lugar en un indicador fiel del progreso tecnológico y sólo supera a Grecia, lo que supone que nada ha cambiado en el furgón de cola de la modernidad europea. Si hay alguna diferencia con respecto a otras estadísticas es que Portugal ya no ocupa ninguno de los dos últimos puestos. ¡Felicidades, hermanos ibéricos!

Para gobernantes de países más de apariencias que de realidades, no hay situaciones de signo negativo si se saben guardar secretamente y no se publican, de acuerdo con el principio de que lo importante no es cómo son las cosas, sino cómo parecen. El ranking de la sociedad europea de la información se ha hecho público y, ahora mismo, el el presidente norteamericano, señor Bush, se puede enterar de que su amigo Josemari representa a un país que cuenta muy poco en el continente europeo. Mucho menos que la mayoría de los que están regidos por gobernantes que nunca han sido invitados al rancho tejano del mandatario estadounidense.

Todo lo escrito hasta ahora lleva a uno a plantearse si no sería preferible poder presumir de país que ocupa un lugar de cabeza en la lista del consumo tecnológico y no de ser súbdito del gobernante más abrazado y sobado del universo por el poderoso mandamás de Washington. Puede haber personas que queden deslumbradas por lo segundo.

Modestamente, uno preferiría estar en un país más preocupado por el pobre lugar que ocupa en progreso tecnológico y menos complacido por las relaciones personales de su gobernante con el señor Bush. ¿Será que uno es un heterodoxo?