Se sabía que en Irak el riesgo existía, era imposible ignorarlo. Había que aceptarlo, pues, pero ¿a cambio de qué? El Gobierno español nunca lo ha explicado. Si se trataba de sufrir víctimas, es decir, de tener pérdidas, tenía que ser a cambio de beneficios. ¿Cuáles? Y, ¿para quién?

José María Aznar ha enviado fuerzas españolas a Irak sin haber expuesto antes, ni en el Congreso ni a la opinión pública, las ventajas que se obtenían de esta decisión que podía tener tan graves consecuencias.

¿Ventajas económicas? ¿Algunas empresas españolas podían sacar partido de la intervención en Irak? ¿Estados Unidos tenía que favorecerlas en algún aspecto? Otra opción: que las ventajas de jugársela en Irak fuesen sociales. La gente no lo ve así. ¿Cuánto cuesta la intervención española en Irak en comparación con la deficiente dotación de servicios sociales?

Por favor, enviar soldados a Irak no era un deber. Otros estados, regidos por gobiernos de signo muy diferente, no lo han hecho. Y son gobiernos democráticos, que además han escuchado las voces de la oposición y del pueblo. Y el Gobierno de Aznar se ha justificado una vez más diciendo --como George Bush-- que es una lucha contra el "terrorismo".

El uso que se está haciendo de la palabra terrorismo es indigno. Tras la muerte de los agentes españoles, los iraquís que se encontraban cerca bailaban alrededor de los cadáveres y levantaban los brazos, cantando. Públicamente. No iban enmascarados. Era el pueblo. Hay iraquís, señores del PP, que hacen lo mismo que hicieron los españoles en la "guerra del francés": protestar --algunos con armas-- contra la invasión de su país.

A los resistentes franceses los alemanes ocupantes también les llamaban terroristas. Es preciso reconocer de una vez que en Irak hay una guerra. Y una guerra es la generalización del terror. Del asesinato individual y en masa. La guerra es una fábrica de terror, y quizá deberíamos darnos de baja, señor presidente. O explíquenos por qué ya vamos bien.