Un día cualquiera, luminoso como tantos en nuestra ciudad. En los contenedores de basura del Camin s, junto al río Seco, un viejo amigo mío (del tiempo en que familias gitanas habitaban las barracas del Matadero) rebuscaba proveyéndose de pescado que poco antes había depositado una furgona de mercancías. Me detengo a saludarle y le expreso mis temores por los riesgos que le acarrearían su consumo. Le ofrezco el dinero suficiente para sustituirlo por otro de garantía en la pescadería. Lo recibe agradecido, pero no renuncia a sus provisiones arguyendo: "Somos ocho a la mesa, y la misma necesidad nos acuciará mañana". No era la primera ni la última vez que recurrían a la comida-basura.

Mañanita feliz de la Navidad última; los primeros rayos de sol filtrándose por las copudas palmeras de la avenida Capuchinos de la ciudad acariciaban el rostro pálido, ojeroso, que emergía de la "sima" de un contenedor al que Jesús se había precipitado aquella noche para resguardarse del frío, pero también a consecuencia de un gran vacío interior y una letal desesperanza. Le ayudé a desprenderse de pringosas adherencias y a dar el salto hacia la vida. Ha fallecido ya, víctima del sida.

Entrada ya la noche, con la luna llena plateando el firme del camino que bordea el muro del antiguo cuartel militar --rebasado el cual se sitúa el Comedor Social para inmigrantes y transeúntes (a dos kilómetros del centro de la ciudad)-- me topé con tres personas (matrimonio e hijo) que enfilaban el último tramo, con una carga de palets y cartones en los hombros, con intención de acomodarse por aquellos alrededores, a la intemperie. Les abrí las puertas para que al menos tuvieran cobijo. Eran inmigrantes. Acababan de llegar a la ciudad.

La redacción de Mediterráneo me pidió un comentario sobre la pobreza en nuestra ciudad. He referido tres casos; mejor, tres vivencias profundas mías. Podría contar cincuenta. Lejos de toda demagogia, creo que son suficientemente expresivos para detectar la situación de pobreza --no exageramos si la llamamos miseria-- en la que se encuentran sumergidos determinados sectores de nuestra sociedad (familias sin empleo, enfermos de sida, inmigrantes...). No volvamos la espalda; no miremos hacia otro lado. Castellón tiene capacidad --y creo, también, corazón-- para encauzar la solución, adecuada y urgente.