En términos médicos, se define como urgencia toda necesidad o demanda objetiva o subjetiva cuya asistencia no admite demora. Así pues, el carácter urgente de un problema de salud no viene determinado por el médico únicamente. Es el propio paciente el que al ser sorprendido por la enfermedad, y, en función de la intensidad del malestar y preocupación que le produce, decide conferir a su problema el carácter de urgencia.

Si entendemos la salud como el estado óptimo de bienestar físico, mental y social (y no sencillamente como la ausencia de enfermedad), cualquier problema que la atañe es potencialmente causa de consulta médica.

Por otro lado, la urgencia puede ser definida como la pérdida, alteración o amenaza de funciones vitales, o por otras lesiones que no amenazan la vida de forma inmediata pero que producen síntomas difíciles de soportar hasta el momento de una consulta médica diferida.

La dinámica de trabajo de los Servicios de Urgencia debe establecer prioridades atendiendo en primer lugar los problemas de mayor gravedad. Por ello se organizan para atender con el debido orden y ritmo a los distintos pacientes que demandan asistencia.

En muchas ocasiones, el carácter inesperado del episodio y la complejidad o severidad del mismo confieren a la urgencia una carga emocional que es vivida por los enfermos y sus acompañantes con ansiedad y temor. Y eso puede ser fuente de tensiones.

En estas circunstancias, el personal sanitario debe actuar con temple y profesionalidad, informando de forma comprensible, para minimizar los temores infundados. Ha de facilitar una relación de confianza y trato individualizado, fundamental para lograr que el proceso asistencial sea satisfactorio y llegue a buen puerto.