A través de una ventana del autobús veo una tienda con este rótulo: "Ropa íntima". El autobús sigue y no me da tiempo de ver qué es lo que se exhibe en el escaparate.

Me hace gracia la contradicción: para vender ropa íntima hay que mostrarla en público. No me parecería tan paradójico, quizá, si dijera "ropa interior". Interior es una palabra más neutra, y quizá por ello es la que se ha utilizado durante mucho tiempo. El interior se podía airear, pero la intimidad no.

El rótulo de esta tienda no hace otra cosa que seguir la moda de convertir la intimidad en exterioridad. Miren las revistas, por favor --hablo de las serias--. Verán una serie de anuncios de la llamada lencería femenina --hoy no sé si se usa ya esta expresión--, pero posiblemente también fotografías de desfiles de moda e incluso de algunas mujeres famosas que hacen visible su ropa íntima sin ningún escrúpulo. En una proporción variable con la visibilidad de piel, evidentemente también íntima.

Pero no es preciso mirar revistas, periódicos y televisión para ver intimidades textiles. Ya se considera moda que, gracias a bajar la cintura de los pantalones, las chicas muestren la parte superior de las braguitas. Y los hombres, la de los calzoncillos.

Sólo un frío lo bastante intenso puede impedir esa exhibición, pero aún he visto el fenómeno hace pocos días. Esta capacidad de resistencia al descenso de la temperatura, característicamente juvenil, nos deja admirados a los que ya hemos envejecido.

Este movimiento anti-intimidad del vestuario es paralelo a la explosión pública de intimidades que se producen en los medios de comunicación. Se explican y se detallan aquellos hechos de la vida propia que la gente normal nunca confesaría... pero que tienen mucho éxito de lectores. A veces, el charlatán sólo se mueve por la vanidad o la frivolidad. A veces, lo que impulsa sus declaraciones es aumentar una cuenta corriente muy íntima...