La pasada semana nos encontramos con la sorprendente dimisión del entrenador del Villarreal, Benito Floro. Como mínimo llama la atención que alguien en este país, y también en otros, dimita irrevocablemente de su cargo con la consiguiente merma económica en su cuenta corriente. Él argumentó la falta de implicación de determinados jugadores a la hora de conseguir los objetivos que, a su vez, le exige el presidente de la entidad. Quizá el tiempo nos diga si es cierto o fue una salida forzosa para evitar una destitución, con el consabido desprestigio social para el entrenador. Sólo Benito lo sabe. Pero lo cierto es que algunos jugadores como Coloccini, Roger, Víctor o Guayre se les ve apáticos y cansinos, dando la impresión de no dar todo lo que tienen dentro.

Un nivel bajo de implicación es negativo, ya que indica que el deportista está desinhibido y le da un poco igual la competición, lo cual no le permite rendir bien. En su día Jorge Valdano dijo que el fútbol empieza en la cabeza y termina en los pies. Por lo tanto: ¿Qué hace el futbolista con los pensamientos negativos y miedos que se le cruzan por su mente antes o durante el partido? ¿Cómo los controla? Sabemos que hay tres sentimientos primitivos en el ser humano: el amor, la ira y el miedo. Las máquinas no sienten miedo ni presión. Aún recuerdo las declaraciones de Gary Kasparov cuando se enfrentó a la computadora Deep Blue: "Ella no siente presión". El miedo es un sentimiento en todo ser humano y muchas veces el secreto --o la estrategia-- no es aniquilarlo, sino controlarlo, dominarlo, para que no moleste, que no entorpezca y que no dificulte la acción eficaz. El miedo aumenta a mayor presión y disminuye a mayor confianza. Los miedos más comunes que los futbolistas tienen son: miedo a perder, miedo a fracasar y miedo a equivocarse. La presión del público, del equipo y del compromiso con el club pueden provocar ansiedad. Pero, que se sepa, el público del Madrigal es permisivo con los jugadores, y el club tampoco se marca como objetivo ganar la Champions. Por lo tanto, ¿qué ocurre? Será que algunos niñatos consentidos de los jugadores no están comprometidos con su club y tan solo vienen a cobrar, y muy bien por cierto, y a tostarse al sol del mediterráneo. O tal vez, no querían obedecer al técnico para no cansarse cuando les mandaba carrera contínua o cambios de ritmo. Cualquiera de las dos explicaciones deja en muy mal lugar a los jugadores, bien por caraduras o por indisciplinados. El que tenga alguno de los miedos mencionados que pase por la consulta de un psicólogo deportivo y lo solucione.

Sabemos que toda generalización acarrea injusticia, por lo tanto no todos son iguales (afortunadamente), pero también sabemos que la "presión" de un jugador de élite que trabaja una hora y media al día y que gana en un año lo que nosotros en toda nuestra vida laboral (en ocasiones habría que vivir 7 ú 8 veces), causaría hilaridad a las personas que pasan con lo mínimo y que tienen serias dificultades para alcanzar el fin de mes. Así que dejemos la "presión" a un lado y sudemos un poco más la camiseta que con el frío que hace estos días más de uno se constipara en el terreno de juego.