En las páginas de este periódico se repiten hoy, una vez más, casos de agresiones a mujeres por parte de sus compañeros y esposos. Es como si existiera una combinación extraña de los astros que retorciera las mentes de las personas hasta convertirlas en animales repletos de agresividad.

La violencia doméstica está batiendo todos los récords de la trágica lista de muertes y agresiones en los últimos tiempos. Los primeros meses de este año que acaba de comenzar no son precisamente alentadores, ya que han superado la media de 1,2 denuncias diarias hasta hace pocas fechas.

Los expertos debaten sobre el efecto de la violencia que destila la televisión o el cine. Hasta la Iglesia se ha atrevido en su ignorancia a echar la culpa a los divorcios. Pero lo que sí resulta evidente es que la educación en el respeto y solidaridad con las demás personas debe primar en los hogares, en las aulas y en la calle para frenar esta espiral de violencia que está inundando todos los días las noticias en los medios de comunicación. Esta sociedad en la que nos ha tocado vivir no puede quedarse cruzada de brazos ante la cruda realidad. Y todos somos responsables, en la medida de nuestras posibilidades, de que se ponga fin a tanta tragedia.