Hace un año que George W. Bush (New Haven, Connecticut, 6-7-1946), apoyado por Blair y Aznar, nos llevó a la guerra en contra de nuestra voluntad. Había repetido hasta la saciedad que en Irak había armamento de destrucción masiva, pero nunca se encontró. En febrero, declaró en la NBC: "No actuar hubiera envalentonado a Sadam, quien, con el tiempo, habría desarrollado el arma nuclear". ¿Qué fórmula más eficaz para evitar que un país fabrique armas de destrucción masiva que destruyendo masivamente ese país?

A raíz del 11-S del 2001, Bush, que es un ferviente cristiano metodista, lo tuvo claro: "Dios no es neutral. Dios está de nuestro lado". En plena operación invasora de Irak, subrayó: "Mi fe me sostiene porque rezo todos los días". ¿Qué se puede esperar de unos líderes políticos que toman el nombre de Dios en vano, llámense Bush o Bin Laden?

Cuando gobernaba Tejas, Bush compatibilizó la fe y la pena de muerte. Incluso desoyó una petición de indulto de Juan Pablo II en favor de Karla F. Tucker, la primera mujer ejecutada en EEUU desde la reinstauración de la pena capital. "Mi responsabilidad --argumentó-- es asegurar que nuestras leyes sean aplicadas igualitariamente ... Es mejor dejar a una más alta autoridad el juicio sobre el alma de un condenado". Muerte preventiva: él ejecutaba y Dios juzgaba.