El pasado 14 de marzo asistimos a un cambio de poder en las elecciones generales. Cada uno puede interpretar como quiera el resultado de las urnas. Hay quien piensa que ha sido un castigo a la actitud poco dialogante del PP y otros que opinan que el vuelco electoral se ha producido única y exclusivamente por mor del atentado del 11-M. Cada cual que piense lo que quiera, pues hay tantas lecturas como lectores y cualquier opinión es respetable.

Pero lo que sí es una evidencia es que cada vez que hay una variación en el poder, bien sea en una dirección u otra, hay un sector del funcionariado que se echa a temblar: los que tienen su cargo gracias a algún favor político. Las responsabilidades que impone el trabajo, las frustraciones frecuentes y la excesiva burocratización, son factores que generan una situación de constante ansiedad y malhumor en el funcionariado en general. Este estado se acompaña de sentimientos de falta de ayuda, de impotencia, de actitudes negativas y de una pérdida de autoestima con una sensación de vacío que sufre el trabajador y que es lo que se conoce como síndrome del burnout o de estar quemado.

Esa suele ser, en general, la situación del funcionario en España. Pero el tema que nos ocupa viene referido a los funcionarios digitales (a dedo). Su situación laboral tan inestable lleva consigo una sintomatología muy variada ocasionando al trabajador una amplia gama de efectos negativos. En el terreno emocional aparecen alteraciones como ansiedad, depresión, miedos, frustración y sensación de soledad. A ello, hay que añadir la dificultad para la concentración, bloqueos mentales, olvidos frecuentes y sensación de confusión. A su vez, también provoca alteraciones del comportamiento que se manifiestan en: hipersensiblidad a la crítica, irritabilidad, agresividad, nerviosismo y explosiones emocionales. En el ámbito fisiológico se evidencian señales como: aumento de la presión arterial, taquicardias, insomnio, dolores musculares y cefaleas continuas. Amén de todo lo descrito arriba, hemos de tener en cuenta también que, entre el funcionariado que lo sufre, frecuentemente se produce un bajo rendimiento laboral. En definitiva, la incertidumbre sobre su futuro les genera ansiedad, depresión e incluso ira, que a la postre son las tres emociones más nocivas del ser humano.