Hay que devolver el buen nombre a las Azores. No será fácil, pero es necesario que nos esforcemos. Vivimos una época generadora de tópicos, que los medios repiten hasta que quedan fijados en nuestra mente. Es injusto que sobre las islas pese la triste fama de ser portadoras de desgracias.

¿Es que hemos olvidado que a las Azores les debemos los beneficios de su famoso anticiclón, que nos modera el rigor del invierno y nos devuelve la presencia del sol tras días de cielos encapotados? Seamos ecuánimes. Las Azores no tienen ninguna culpa de que las elecciones municipales y europeas hayan sido catastróficas para el premier británico, señor Blair. Digámoslo claramente. Si los resultados de los comicios han sido al revés de lo que él esperaba, la culpa ha sido sólo suya.

Se ve que las islas atlánticas despiertan la fantasía. Igual que se atribuye al triángulo de las Bermudas una fuerza misteriosa que engulle en el mar las embarcaciones que osan atravesar la zona, sobre las Azores se ha empezado a tejer una leyenda de que son portadoras de fracasos. Como el que ahora ha sufrido el premier británico en las elecciones, y, ya en el mes de marzo, el PP en España, pues por algo su líder, el señor Aznar, había asistido al encuentro de las islas portuguesas, convocado por el presidente norteamericano, señor Bush, que se encuentra en estos momentos en las cotas más bajas de popularidad que ha tenido nunca un candidato a la reelección. Muchos observadores no lo ven casual y lo atribuyen al síndrome de las Azores. Habrá que esperar a noviembre. Si los comicios no le son propicios, la leyenda que se ha montado quedará redonda.