Leí no sé dónde que reír es muy sano. Sonreír es muy agradable, más discreto, más sutil. Pero reír, dicen, es más higiénico. Cada carcajada hace que se muevan no sé cuántos músculos, parece que es beneficioso para el corazón, para los pulmones. Los latinos diagnosticaron que "la risa se encuentra a menudo en la boca de los necios". Me van a perdonar, pero también podríamos decir que la gente permanentemente seria no tiene por qué ser forzosamente más inteligente.

O sea, que tendríamos que reír a menudo si queremos favorecer nuestra salud. Deberíamos pasar de la teoría a la práctica, porque ¿cuántas veces decimos "esto da risa" sin que nos sacuda ninguna carcajada? Creo que hoy no se cuentan tantos chistes como antes. De aquellos que nos hacían saltar las lágrimas de risa. Quizá los chistes de ahora son más elaborados, de una gracia más indirecta.

Estaría bien, pues, que nos programáramos una dosis de carcajadas al día, como si fuera una medicina. Cada ocho horas, por ejemplo. Después de desayunar, después de comer y después de cenar. Por cierto, seguramente el lector se habrá dado cuenta de esta curiosidad: en los restaurantes hay, siempre, una mesa de risueños. ¿Es la bebida? Debe de haber algo más, porque en otras mesas en las que también beben la gente habla en voz baja, más bien incómoda para los que se lo pasan escandalosamente bien. Además de un espacio reservado para fumadores, debería haber también una especie de gueto para los alborotadores y los que gritan. Aunque sean tan felices, y sea bonito ver a la gente feliz.

Les voy a contar una historia del Vietnam. Un hombre está durmiendo, y la mujer que yace a su lado se despierta de pronto, porque el hombre se ha puesto a reír. Y lo más sorprendente es que no deja de dormir mientras ríe cada vez más fuerte. Hasta que su corazón se para. Los médicos deliberan. Los vecinos del difunto creen que le ha llegado la hora y que un diablo ha venido a buscarlo. Y como la vida del hombre había sido ejemplar, la dejó marchar en un momento de felicidad.