El presunto interés de este artículo no tiene porqué limitarse a los aficionados al fútbol. Esta es, en el fondo, una reflexión que versa sobre aspectos mucho más profundos y delicados. Trata sobre el dinero, el compromiso y la educación. También trata sobre la esperanza. El pasado domingo la derrota de la selección española de fútbol fulminaba las aspiraciones de nuestro combinado en la Eurocopa de Portugal. La afición desplazada hasta el país vecino y millones de seguidores desde sus casas compartieron la tremenda pena colectiva de soportar el fracaso y la frustración. Se supone que sólo en términos estrictamente deportivos. Hacer del fútbol el fundamento de los estados de ánimo y la felicidad de la gente puede llegar a ser patético y enfermizo. Sea como sea, se produjo un enorme sentimiento coral de rechazo hacia los artífices de la derrota. Gritos de peseteros, señoritos, mercenarios y otras cosas innombrables arreciaron contra nuestra élite nacional. En el deporte unas veces se gana y otras veces se pierde. Es algo inapelable. Es algo normal. Pero no les falta razón a quienes tildan de indecente el sueldazo de los mencionados jugadores. Se comenta que una alineación de estas características ya no la componen sólo deportistas sino, en realidad, auténticos empresarios con una suculenta cartera de productos comerciales. Cada jugador es una factoría de publicidad y divisas. Esta es la realidad del fútbol profesional de hoy. Capaces de emocionar y de frustrar a millones de aficionados y, al mismo tiempo, máquinas de fabricar mercado y negocio.

Permítanme que refiera algo sucedido el mismo día de la derrota de España. Algo sucedido en Benic ssim y también en un terreno de juego, en un campo de fútbol. El Club Deportivo Benic ssim lograba un merecidísimo ascenso a Tercera División. Una proeza histórica, sin precedentes. Fue la victoria del coraje y el compromiso con unos colores. El éxito de la ilusión, de la capacidad de soñar y de creer en el sueño. El C.D. Benic ssim es hoy el orgullo de todo un pueblo porque representa el triunfo del trabajo bien hecho. El mérito radica en la humildad ante otros equipos más poderosos, ante los que partían como favoritos. El Benic ssim ha hecho una gran campaña porque jugadores, técnicos, directivos y presidente han conformado un proyecto donde lo más importante han sido valores como la unidad, la ilusión y la fe en el trabajo. Desconozco qué pasará a partir de ahora pero lo que nadie podrá cuestionar son las causas del éxito alcanzado. Todos debemos extraer conclusiones y un aprendizaje positivo, especialmente las generaciones más jóvenes. Quienes creemos en la grandeza del deporte y en que todavía existe un código de honor que nos permite separar la impudicia de la moral, debemos observar con veneración proezas como las del Benic ssim. Ahí es donde todavía se anclan valores dignos de mérito. El fútbol y otros deportes debieran jugar un papel relevante en la transmisión de modelos de comportamiento y conducta entre la infancia y juventud. No me refiero a ese espejismo de vida que exhiben algunas estrellas que con veintipocos años llegan a los entrenamientos con el último Ferrari y sus fichas son escandalosamente millonarias. No es en ese espejo en el que debieran recrearse los ojos de los niños que practican este deporte. Más bien en el ejemplo de clubes que, por el altruismo de directivos y la entrega de unos padres, consiguen los mayores y más meritorios triunfos. Los triunfos del corazón frente a la cartera. La tracción a sangre, que diría Benedeti, frente a la chequera.