Para visitar el Desert no basta con subir, haciendo un recorrido apresurado y turístico de la zona. Y menos si se tiene la desventura de coincidir con alguna moto que alardea de ruidos o algún coche que tiene a gala desparramar a ventanilla bajada los decibelios de lo que no se escucha.

En el corazón del Paraje del Desert de Les Palmes, en la zona del Monasterio, la que guarda todavía entre sus zarzas y sus ruinas el eco de "otra" música, entonada durante siglos alabando a Dios por los carmelitas descalzos, sus moradores, hay que acercarse a pie y de uno en uno. Y detenerse a la sombra de un árbol cualquiera, esperando que el corazón acalle sus latidos por la fatiga. Sólo luego, en el sosiego recuperado, acaba por escucharse más allá del silencio, la soledad.

Se descubre, entonces, que el silencio y la soledad están llenos de musicalidad. De la música que improvisan, como una melodía siempre nueva e inédita, los elementos de la naturaleza. No hace falta siquiera tener el privilegio de una leve brisa acaricie las hojas de los árboles; aunque si se alcanza, la música se hará más sonora.

Pero aún sin eso, quien sabe escuchar pronto intuye y adivina que hay un concierto misterioso resonando quedamente; nace de la armonía de esos mismos elementos: plantas, hierbas, árboles, viento, pájaros que cruzan, animalillos que se arrastran, el lejano mar, la luz misma. Un concierto armónico en el que sólo disuena, a veces, justo es reconocerlo, además de lo ya dicho, si es que se está cerca , el zumbido del tendido eléctrico y de las antenas. Voces altivas y discordantes que sería bueno que algún día, puesto que son elementos necesarios, se integraran mejor en el paisaje...

Esa música traspasa nuestros sentidos y se adentra calladamente en el interior, llegando hasta lo más hondo de la persona, amansando toda turbación, hasta apaciguar el espíritu. Y al fin, la música nos envuelve. No es ya un eco, sino música viva brotando de la propia interioridad, como lo hace el agua de las entrañas de la tierra. Así lo sentían sin duda los primeros frailes, integrando en la armonía del paisaje su casa y los quehaceres agrícolas, hermanando todo con su trabajo y su silencio, su ministerio y su contemplación.

De ahí que quienes nos sentimos herederos de su espíritu y hemos aprendido de su mano a gustar de todo eso, queremos compartirlo con la gente del entorno con los conciertos de Música Sacra, que se están realizando esta semana de julio. Y queremos que al menos el corazón del paraje natural que es el convento del Desert de Les Palmes, que le ha dado nombre y cuna, y su entorno sea algo más que un recurso de las guías turísticas para viajeros con prisa, que es sello que marca la hora en que vivimos.

Queremos que sea un espacio de silencio y soledad en el que el hombre se adentra para encontrarse a sí mismo y apaciguarse en contacto con la naturaleza, dejándose impregnar de su armonía. Queremos compartir esta riqueza insólita de la belleza natural de un paisaje que ofrece y nos regala su música callada. Y que sólo pide a quien se acerca que lo haga despacio, sin prisa, con respeto.